-Este relato surgió en un momento de inspiración durante este verano. Me baso en algunas cosas que ví en la serie, y otra foronovela publicada, de las que he tomado algunas cosas. Cualquier otro parecido con lo que se vé en la serie, tramas o escenas aisladas, es mera coincidencia de la que me he intentado desmarcar al ver su semejanza.

-Muchos acontecimientos del relato sucedieron en la vida real. Otros no. He intentado cuadrar datos de la mejor manera posible, aunque es probable que haya algún pequeño lapsus de fechas y lugares, en parte por mi desconocimiento de una época que no la viví directamente, y en parte por las licencias necesarias que me he tomado para contar la historia que quería contar.

-El título del relato, “ENSÉÑAME EL CAMINO DE VUELTA”, está sacado de uno de los capítulos de la 3ª temporada. Son las palabras con las que Camilo, en la serie, cierra su novela “Si tú me dices ven”, cuyos protagonistas, Natalia y Guillermo, estaban inspirados en Alicia y Álvaro. En la dicha novela, Natalia, después de un rechazo, vuelve al aula donde se conocieron, para encontrarse con Guillermo, quien le dice esas palabras bajándose de su tarima y reconciliándose ambos, cerrando la historia de amor .


En uno de los capítulos de la serie, Alicia y Álvaro leen de noche cada uno en su casa ese mismo fragmento, emocionándose ambos a la vez al leer esas palabras.
Se puede leer de nuevo en el Capítulo 44 del relato, en el que una Alicia Peña vuelve a recordar de nuevo ése momento, ya en el año 1.969.


-En algunos momentos los capítulos se ilustran con fotos. Las he encontrado en la red y he seleccionado las que me parecían más adecuadas o con más calidad artística para la historia. He intentado asegurarme que no estuvieran protegidas o fueran de uso privado. Agradezco de antemano a quien las haya subido a la red, sobre todo algunos montajes bastante buenos. Cito en cada capítulo las páginas de las que las he obtenido por respeto a su autor y a su trabajo.



Pincha aquí para acceder a los capítulos 10 en adelante.

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Capítulos 1-2-3-4-5

CAPÍTULO 1.



"Dime por favor dónde estás,
en que rincón puedo no verte,
dónde puedo dormir sin recordarte
y dónde recordar sin que me duela..."
J.L.Borges.



Mayo de 1989.
Aeropuerto de Madrid-Barajas. Diecinueve horas.

-"....Vuelo 746 procedente de Roma se prepara para tomar tierra en la pista 4....."
LA megafonía interna del aeropuerto anunciaba la llegada del siguiente avión, entre el caos de ruidos, colores y olores de varias nacionalidades que inundaba la terminal del aeropuerto. Un río multicolor de personas fluía por los pasillos con sus maletas y bultos, buscando o encontrando sus puertas de embarque con cara de despistados.



El avión procedente de Roma tomó tierra sin problemas. Enseguida hizo la maniobra de frenada y se asomaron los técnicos para calzarle las ruedas. Las turbinas rugían y los encargados de pista acudían con las consabidas orejeras para protegerse del ensordecedor ruido de los motores. Tras acoplar la escalerilla, la puerta trasera se abrió




Con la rutina de siempre, la azafata daba las gracias a los señores pasajeros que se iban bajando del avión, algunos con ganas de estirar las piernas, otros con cara de cansados, otros con su maletín de negocios, el grupo de turistas valencianos con el guía de la agencia… cada cara era un mundo y una historia que contaba a quien tuviera ganas de leerla.
Un hombre adulto asomó a la puerta. Entornó los ojos como si le deslumbrase el sol de la tarde, en un vano intento por disimular su gesto de preocupación. Una mujer rubia un poco más baja que él le seguía. Llevaban únicamente sus bolsos de mano y desentonaban un poco con el resto de los pasajeros que salían del avión, turistas y hombres de negocios varios.
Alto, moreno y de buen porte, hubiera pasado por alguien de menos edad si no fuera por su manera de andar algo grave y seria, más propia de alguien que ha acumulado más experiencias vitales, apariencia ésta acentuada por el estado anímico que transmitía. Sin temor a equívocos su cara y sus gestos eran de desasosiego. Vestía camisa blanca, sin corbata, y llevaba un jersey de color claro en la mano. Su mujer también llevaba un atuendo primaveral. Cualquiera podía haber dicho sin equivocarse que eran turistas que habían interrumpido sus vacaciones bruscamente.
Bajaron las escaleras del avión y cruzaron la pista con paso ligero. No corrían, pero se notaba que tenían prisa por llegar a algún sitio. Pronto entraron en la terminal con el resto de los pasajeros.

-Si tardan mucho las maletas nos vamos. Ya nos las mandará alguien.

Ella asintió en silencio y le cogió del brazo.
Afortunadamente, las maletas no se hicieron esperar demasiado. Las metieron en su carrito de mano y se dirigieron hacia la salida de la terminal para coger un taxi.

-A "Conde de Barajas"- indicó al conductor. -Plaza Conde de Barajas.

Una vez dentro del taxi, suspiró profundamente. Su mujer le acarició la cara en un gesto cariñoso que él agradeció con una sonrisa. No eran palabras lo que hacía falta en ese momento. Se recostó hacia atrás en el asiento y su mujer le cogió del brazo, intentando confortarle.

-Vamos a llegar a tiempo, cariño. Tu hermana ya te lo dijo- ella le acariciaba el brazo.

El asintió con la cabeza y la estrechó contra él, buscando su apoyo. Intentaba disimularlo, pero estaba muy nervioso, y no estaba completamente seguro de que su hermana le hubiera dicho toda la verdad cuando hablaron por teléfono en el hotel, esa misma mañana. Estaban lejos, y era posible que, no queriendo preocuparles más de lo necesario, ella no les hubiera dicho todo, en un intento de no alarmar más de lo necesario a quien se encuentra muy lejos de casa y no puede hacer nada. Y aunque su hermana siempre era partidaria de decir la verdad en cualquier circunstancia (incluso las penosas), no terminaba de tenerlas todas consigo.
No hacía ni doce horas, ellos se encontraban en un hotel de Roma, tomándose unas merecidas jornadas de descanso. Su mujer había perdido trágicamente a sus padres en un accidente de autobús hacía ocho meses y él mismo había sentido en su alma la pérdida de un ser querido no mucho antes. Ahora estaban empezando a recuperarse del golpe y habían decidido tomarse unos días libres en su trabajo para alejarse un poco de los escenarios familiares que tantos recuerdos pasados traían. Habían querido visitar Roma, ciudad que no conocían, y hacían salidas tranquilas del hotel, paseando pausadamente por sus calles, de la mano, buscando una paz interior y un sosiego que necesitaban ambos después de un año de muchas desgracias familiares juntas.

- Id tranquilos- les había dicho su hermana- lo necesitáis. Y no te preocupes por lo demás. Todo está bién.
Eran aproximadamente las nueve de la mañana, cuando en el desayuno, les llegó una nota con el camarero:

-Signore, un mensaje urgente en recepción, en el teléfono.

Al hombre le dio un vuelco el corazón y se temió una mala noticia. Efectivamente, no se equivocaba. Era su hermana, desde Madrid.

-Está peor. A los tres días de irte tú ya no tenía fuerzas para salir de la cama. La hemos llevado a Urgencias, y estuvo dos días ingresada, pero no quería estar más en el Hospital.

-Dice que quiere morirse en casa.

Notó a su hermana tragar saliva al otro lado de la línea.

-Sabes que no te hubiera llamado si no fuera necesario. He avisado a Miguel, a Carmina, y a todos los que estáis lejos.

Por el trabajo de su hermana, sabía que esta no podía equivocarse ni estaba exagerando. Si les llamaba desde Madrid diciendo que volvieran urgentemente, era porque tenían que volver urgentemente.

Cuando volvió a aparecer por el comedor del desayuno, su mujer se percató que tenía la cara de otro color y el gesto descompuesto. No necesitó saber más. Se levantó de la mesa y subieron a preparar las maletas. Mientras recogían todo, sonó el teléfono de la habitación.

-Signore, tiene plaza en el vuelo a Madrid a las 16 horas. Un taxi les llevará al aeropuerto.

El conserje del hotel había hecho gestiones personales donde solo saben moverse los que llevan mucho tiempo dedicados a este oficio, y les había conseguido dos plazas in extremis, en clase turista, en el primer avión que partía hacia Madrid.


El coche daba tumbos por los interminables atascos de la capital de España. El taxista, que en su sabiduría de quien lleva muchos años paseando gente, intuía que algo pasaba a los pasajeros, respetuosamente se abstuvo de no hablar más que lo necesario. Intentó tomar todos los atajos posibles que estuvieran libres de tráfico, cosa que los pasajeros se lo agradecieron sin decir palabra.

-Aquí estamos.


Detuvo el taxi frente al bloque de pisos y bajó a sacar las maletas del maletero. Su mujer sacó el monedero y le pagó.

-Ya está, Quédese con el cambio.

Él no tenía fuerzas en ese momento para articular palabra, aunque intentaba aparentar serenidad.

El taxista les dio las gracias y se marchó.



El matrimonio se detuvo un momento para respirar hondo. Cada uno cogió una maleta y se dirigieron al portal de la casa familiar, donde entre el maremágnum de placas de médicos varios, notarios, y agencias inmobiliarias diversas, estaba la suya con su nombre, junto a los otros cuatro abogados más que había en la familia. Impaciente, llamó al portero automático, sin esperar a que Manuel, desde la portería, les viera y viniese a abrirles.
-¿Quién?- reconoció la voz de su hermana. Era la mayor de todas ellas, por debajo de él.

–Somos nosotros. Abre.
Antes de que abriesen desde el piso, Manuel les abrió la puerta al percatarse de su presencia.

-¡Buenas tardes!- cuanto me alegro de verles…..

Por un breve lapso de tiempo, se tranquilizó al ver el portal como siempre, sin ninguna señal externa de luto o duelo. Aún recordaba cómo se llenó de coronas de flores cuando se murió su padre, hace ahora casi un año. LA mesa de condolencias con el libro de firmas…. y el olor, ese olor penetrante de los nardos y los crisantemos de las coronas. Todos los recuerdos pasados se le apelotonaron de golpe en su cabeza y sintió como si ésta le diera vueltas y se mareara.
Su mujer lo sacó de su estado ensimismamiento:

-Manuel, ¿podemos dejar aquí las maletas? Es para no cargar con ellas al piso.

-Si señora, no se preocupe.

Manuel guardó las maletas en su portería y les sostuvo educadamente la puerta del ascensor.

-Que se mejore su madre-dijo- y avísenme para lo que les haga falta.

El hombre asintió levemente al portero con en un gesto de agradecimiento. Por lo menos llegaba a tiempo. En realidad no era su madre, en el sentido exacto de la palabra. Era la segunda mujer de su padre, viudo. Pero él la había llamado mamá desde que se casaron, cuando él tenía 8 años, y así había sido de toda la vida de Dios. Mientras el ascensor subía, su mujer volvió a acariciarle la cara con dulzura, caricia que él contestó con una media sonrisa. Estaba nervioso y quería disimularlo.

El ascensor se detuvo en el cuarto piso. Su hermana estaba esperándoles en la puerta y corrió a abrazarle en cuanto le vio. En ese momento, los dos se emocionaron y ella dejó escapar una llantina nerviosa, de mucha tensión acumulada…





Su mujer abrazó a su cuñada, también ligeramente alterada.

-(Demasiadas cosas para tan poco tiempo)- pensó.


Entraron dentro del piso. Su hermana suspiró y tragó saliva. Estaba nerviosa y le costaba hablar. Su mujer fue a la cocina y trajo tres vasos de agua para todos. Los necesitaban.


El hombre miró alrededor. Todo estaba como lo había dejado cuando se despidió de su madre, antes de irse de viaje. Los mismos libros sobre la estantería, la alfombra, el jarrón en el mueble…… y las rosas blancas. En ese jarrón se ponían todas las semanas un ramo de rosas blancas en agua desde hacía un año, las preferidas de su madre.
Sentados alrededor de la mesa camilla, su hermana empezó a hablar. Iba haciendo pausas en su discurso, para contener la emoción e intentar, sin mucho éxito, serenarse.

-Ya sabes cómo estaba mamá últimamente. La veíamos decaída y sin ganas de salir. Normal. Pensábamos que se le iría pasando, ya sabes…. Todavía es muy joven….
Volvió a respirar hondo. Le temblaba la voz y le costaba estar serena. Se llevaba diez años con su hermano mayor, y era con el que más se apoyaba cuando los momentos eran difíciles.

-Ya sabes el año que llevamos y lo que le está costando a mamá levantar cabeza.

Su cuñada le cogió de la mano cariñosamente.

-El otro día no quiso salir de la cama. Cuando vine a verla le tomé la tensión. Me preocupó, y la llevé al hospital. Le estuvieron haciendo pruebas y la ingresaron en planta. Esto no me lo esperaba….. no….. no sé…….. no sé cómo se me ha podido pasar esto… si estaba bien….

Se detuvo sin poder hablar más… no podía. Ellos la dejaron recuperarse y limpiarse las lágrimas con el pañuelo que le ofrecía su hermano.

-Dijo que quería venir a su casa. Que quería verla por última vez- hizo una pausa y cambió la entonación.

- Por supuesto, le dijimos que no dijera tonterías, que le quedaba mucho por vivir aún… pero no hubo manera… ya sabes cómo es mamá cuando se le mete algo en la cabeza... –quiso reir sin conseguirlo -Lo peor es que esta vez tiene razón.
A ella se le quebró la voz en un sollozo. Llevaba una semana disimulando y manteniéndose entera delante de su madre, pero con su hermano dio rienda suelta a toda la tensión que llevaba dentro. Se abrazaron llorando unos instantes que fueron interminables.

-Puede ser dentro de un par de días, tres cuatro… una semana quizás.. o puede ser esta misma noche… no sé cómo no ha tenido ningún síntoma hasta ahora… si le hicimos un reconocimiento hace seis meses y no salió nada…. Y se me ha pasado esto…..

Su cuñada la abrazó:

–Ana, no te culpes……. Estas cosas pasan……

-¿Está en el dormitorio? –preguntó él.

-Si. En su cama. –Ana hacía pausas mientras hablaba, para intentar serenarse- La intento mantener hidratada y todo lo estable posible. Está ligeramente sedada para que no sufra. No le puedo aumentar la dosis, porque sería letal. Todavía tiene riego suficiente al cerebro como para acordarse de las cosas y reconocerte. He podido cambiar los turnos en el hospital para estar aquí.

Cuando se hubieron calmado un poco, se levantaron despacio y se dirigieron al dormitorio de sus padres. Ana abrió la puerta. A su hermano le impresionó que lo primero que viera cuando entró en la habitación fuera la botella de oxígeno borboteando el gas junto al cabecero de la cama, así como la botella de suero colgando con el catéter pinchado en su mano derecha. Habían bajado la persiana para que descansara mejor, y la luz de media tarde entraba filtrada por la ventana dejando en semipenumbra las paredes. En el lado izquierdo de la cama de matrimonio (derecho, desde dentro de la cama), estaba una mujer menuda con los ojos cerrados, semiincorporada gracias a dos almohadas. Tenía puesta su toquilla verde claro y estaba tapada con las sabanas hasta la cintura. Su aún espesa mata de cabellos grises se adivinaba negro en un tiempo pasado no muy lejano, y su menuda figura no ocultaba la fortaleza interior que había tenido en la vida.

Ana se sentó muy despacio en el borde de la cama y le cogió de la mano con suavidad. LA mujer abrió los ojos.

-Mamá, ya han llegado.

Entonces ella reaccionó a su voz y levantó la cabeza lentamente. No dormía, solo estaba adormilada. Su hijo se sentó con cuidado, en el sitio que le había cedido su hermana. Se quedaron un rato mirándose a los ojos.


Aunque ya la vio el día antes de irse de viaje, hacía solo diez días, se quedó sorprendido del cambio que había experimentado en tan corto lapso de tiempo. Era evidente para todos que su madre había ido perdiendo la vitalidad y la chispa que siempre tenía en su mirada desde que su padre había muerto, hacía ahora un año. Pero en estos últimos días había acabado de languidecer por completo. Por desgracia, su hermana tenía razón: estaba cayendo cuesta abajo. Trato de disimular y parecer sereno.


Ella levantó su brazo y le acarició la cara suavemente, sonriéndole….

–Pedrito…. Pedrito, hijo, ya estás aquí -dijo en un hilo de voz.

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En privado le llamaba siempre Pedrito, aunque él ya tuviera casi 50 años. Y a él no parecía importarle demasiado. Fuera de casa sí le llamaba Pedro. Y en la Facultad le seguían llamando Don Pedro, aunque últimamente los alumnos estaban empezando a relajar el tratamiento a los profesores. Habían cambiado tantas cosas en España en los últimos años….

Su nuera se acercó a la cama y le cogió de la mano. Ella le devolvió la mirada.

-Hija…… como estás…..- ella le sonrió emocionada.

Con un nudo en la garganta, se retiró discretamente por la puerta. Presentía que era un momento personal entre su marido y su madre, y les dejó solos. Ana también salió detrás, tragándose un sollozo.

Pedro la cogió de las dos manos ahorrándole esfuerzos, y respiró hondo. No podía hablar. Ella se dio cuenta y le sonrió con dulzura. No era momento de palabras, simplemente de estar allí. (¿para que hacían falta las palabras, si ya sabían lo que iban a decirse? Los silencios a veces comunican más que todas las palabras del mundo. En eso, era de todos los hermanos, el que más se parecía a su padre, más introvertido que ellos a la hora de exteriorizar sus sentimientos. Tal vez porque le había tocado vivir otras circunstancias más penosas de pequeño, tal vez porque sí, sencillamente).

-Pedrito… por favor…. –ella quería incorporarse para indicarle algo- … en la cómoda, en el cajón de arriba…..

Se levantó para atender el ruego de su madre y se dirigió hacia el mueble. Tiró del cajón con suavidad y al hacerlo se le empañó la mirada cuando vió otra vez sus cosas. Se tuvo que detener un momento a cerrar los ojos y tragar saliva….

-Mamá….

-Por favor, Pedro, tráemelos…. -(esta vez sí le llamó sin diminutivo).

Pedro acercó a su madre la bufanda y la caja de lata. Era la bufanda de su padre, un poco descolorida ya después de tantos años de uso, pero tan suave como el primer día. Recordaba habérsela visto puesta desde siempre, o para ser más exactos, desde que se casó con ella. Con los años le había salido un poco de pelusa, y tal vez habría encogido un poco pero su padre siguió poniéndosela para estar en casa. Era buen paño y eso se notaba. Se recordaba a sí mismo de niño jugando con ella, poniéndosela al palo de la escoba como si fueran las riendas de un caballo, hasta que su abuela se daba cuenta y se la quitaba con una buena reprimenda. Otras veces la cogía y se la ofrecía a su hermana Ana en su cuna para que se tranquilizase cuando lloraba. Y le gustaba quedarse mirándola hasta que la pequeña iba cerrando los ojos, con la bufanda entre sus deditos suaves y el chupete puesto. El olor de su padre en la bufanda calmaba a la niña.
La dobló en cuatro y se la puso a su madre cerca de la cara, apoyada en el hombro. Ella cerró los ojos y la acarició con su mejilla, recreándose en el suave tacto de la lana. La respiró. Pedro notaba el trabajo que le costaba hacerlo, pero mantuvo el tipo. Le puso la lata junto al brazo derecho, para que  pudiera alcanzarla mejor, y le abrió la tapa para que no tuviera que realizar ningún esfuerzo extra, sin pincharse con el catéter que tenía clavado en la vena.
-Estoy un poco cansada….- dijo ella con un hilo de voz- ¿me puedes dejar un momentito sola, que repose? Luego hablamos despacito….- le sonrió.

Pedro le volvió a colocar las gafas nasales que se había quitado. LA besó en la frente y le arregló la manta con cariño. Salió despacio de la habitación y cerró la puerta.

Cuando se aseguró de que se hubo ido, ella se volvió a quitar el tubo que le proporcionaba oxígeno y ladeó la cabeza respirando profundamente. No quería que nada se interpusiera. Aspiró la bufanda despacio. Con los ojos cerrados, quería imprimir en su cerebro todas esas sensaciones tan queridas para llevárselas consigo cuando diera su último aliento. Quería oler, mirar, oir todo, empaparse de esos momentos. Desde la forzada inmovilidad de la cama, lo único que podía hacer ahora era sentir.

La bufanda todavía conservaba su olor, masculino, seco, dulce. Olor de afectos recién estrenados, de abrazos cálidos y de tardes de otoño paseando por la alameda. Olor de rosas blancas, de historias y de vida. Olor de bebés dormidos en su hombro. Olor de amantes. Demasiados olores como para quitarlos a golpe de lavadora semiautomática. Y por primera vez desde que vino del Hospital ella volvía a respirar su bufanda y al hacerlo notaba que se sentía viva. La bufanda que Álvaro había llevado puesta el último día y que ella había conservado intacta, en el cajón de arriba de su cómoda.



Abrió los ojos y miró despacio la habitación conyugal, pasando revista a todos los detalles. Todo estaba como el día en que le despidió. No había movido ni un adorno. Hasta sus cosas personales seguían encima de los muebles, tal y como se las él se las dejó, antes de acostarse. Ese día, una parte de ella murió con él, y la otra parte empezó a ir muriendo poco a poco. No tenía nada físico, simplemente había perdido las ganas de vivir. Incluso su hija mayor, que por deformación profesional de su trabajo, buscaba siempre una explicación racional a la enfermedad, después de muchos años ejerciendo había llegado a la sabia conclusión de que todo se origina en nuestra cabeza. Y así era en este caso.


Ya había vivido, y ya había decidido que no quería seguir viviendo más. Toda una vida intensa, de risas, de llantos, de ilusiones y de satisfacciones personales. Había sufrido y padecido, había amado y había sido amada, había llorado de pena, pero también de alegría. Había ayudado a todo al que había podido al igual que otros le habían ayudado a ella. Había cosechado y había recogido los frutos, unos más tempranos y otros más tardíos, pero nunca quedó nada en tierra estéril. Había librado muchas batallas, y ganara o perdiera siempre tuvo la satisfacción del que no se rinde nunca, por mal que pintase la situación. Pero ya se sentía incapaz para más. Sencillamente había tirado la toalla. Ahora sí que se retiraba.

Miró la cama a su alrededor y estiró el brazo izquierdo, el del lado que ocupara su marido, vacío desde hacía un año. Todas las noches pasaba el brazo por su lado, sin llegar a ocuparlo nunca, como si él todavía siguiera allí y le pudiera devolver esas caricias que ahora se quedaban huérfanas de respuesta.

Y Ahora si que se le llenaron los ojos de lágrimas. Y mientras volvía a respirar la bufanda, volvió a recordar todas esas noches de los últimos meses en las que lentamente había pasado la mano por la almohada, buscando en vano los cabellos de su marido dormido, su pecho caliente, y como había recibido por respuesta el frío de las sabanas vacías. Cuantas noches ella había ahogado su llanto en silencio, para que no la oyeran sus hijos, mordiendo la almohada bocabajo, mientras sus manos se crispaban de incredulidad e impotencia en el lado vacío de la cama. Por un momento se le vino a la cabeza la blanca y aséptica habitación del Hospital, y la comparó mentalmente con la amabilidad de su habitación marital, de tonos ocres y beiges, (suave, caliente, segura), y lo bien que se sentía entre esas paredes que durante mucho tiempo habían sido solo de ellos dos.

Volvió a respirar hondo, y al hacerlo sintió ceder bajo el peso de sus huesos la cama donde habían pasado juntos los últimos 40 años, la cama donde le dio el último beso a su marido, la cama donde había concebido y parido a sus cinco hijos, (si, sin duda, ya había vivido).

Y allí, en esa cama, era donde quería terminar de vivir.

-Mi amor…. –susurró- pronto estaremos juntos.

Alicia cerró los ojos mientras se iba quedando adormilada, apoyando la cabeza en la bufanda de Álvaro……..



FÍN DEL CAPÍTULO 1.



Fuentes:
Foto avión:
http://www.sepla.es/news/archives/A380%20Vuelo%20inaugural%203.JPG
Foto abrazo: http://www.galeriade.com/gabyboit/details.php?image_id=91&sessionid=986f37fca73e2411b1a2cc5e3ad9cac2
Foto bebé: http://webdelbebe.net/bebe/la-hora-de-dormir-del-nino/


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CAPÍTULO 2º



Octubre de 1949.


Alicia respiró hondo mientras miraba a su alrededor, al cruzar el umbral de la Facultad del brazo de Álvaro. Era el primer día de clase y le hizo gracia ver lo distinto que le parecía ahora todo, comparado con hacía justo un año, cuando pisó por primera vez ese pasillo universitario. Por aquel entonces no conocía absolutamente a nadie, y no tenía ni idea de lo que le esperaría al cruzar aquellos muros y empezar a formar parte de un ambiente desconocido que le impresionaba vivamente a la par que le  atraía. Ahora entraba en la Facultad con la seguridad del estudiante veterano,  y se tomó un tiempo antes de seguir andando.

-Parece todo como más pequeño.
-Es que el ambiente ya no te es extraño- le sonrió  Álvaro.
El aire de Octubre aun no respiraba el invierno, y el pasillo de la Facultad olía a madera vieja, tarimas que crujían, y bullicio de estudiantes despistados. La cafetería aún estaba cerrada en espera de adjudicación, tras la marcha de Pelayo y Enriqueta, los antiguos arrendatarios. Alicia se sorprendió a si misma mirando  los corrillos de estudiantes con otros ojos, como si hubiesen pasados varios años entre ella y sus compañeros de banco, en vez de solamente un verano. No cabía duda de que se sentía distinta. No sabía definirlo, pero distinta, sin lugar a dudas.

-Te han pasado muchas cosas este verano- le había dicho su marido unos días antes, en el sofá de su casa. Aunque no lo parezca, es necesario sedimentarlas.
-A ti también.

Alicia empezaba a ser  consciente de que Álvaro también puso en su momento mucha carne en el asador, cuando tomó la precipitada decisión de casarse con ella, para librarla de la custodia de su tío, además de la vorágine de acontecimientos en que estuvieron inmersos. Ahora ambos estaban empezando a asimilar todo lo que habían vivido,  a dejar reposar los nervios y a adaptarse a una nueva vida en común.

LA pareja disfrutaba casi todas las noches de un breve momento de intimidad en el salón de la casa, sentados los dos solos en el sofá, mientras la casa se iba quedando poco a poco a oscuras. Álvaro llevaba  a la cama a su hijo Pedrito mientras su madre y Alicia terminaban de recoger las cosas. Con todo en silencio, disfrutaban  un rato para ellos solos, antes de irse al dormitorio.

-Ha empezado ya el plazo de matrícula en la Facultad- le dijo Álvaro en el sofá una noche de Septiembre- cuando quieras vamos a hacerla.
-Puedo ir yo mañana.
-Conmigo. Necesitas la autorización de tu marido, no lo olvides.
-Ufffff….¿Y me la vas a dar?
Alicia puso cara de resignación y enfado. En España, las mujeres necesitaban una autorización de un hombre  para casi todo.
-Bueno… ya veremos- la miró de reojo- Tendré que pensarlo detenidamente, examinar los pros y los contras…

Alicia le dio un cojinazo cariñoso que fue inmediatamente contestado por otro de Álvaro, hasta que la pareja acabó uno en los brazos del otro. Entonces  Alicia se paró de repente.

-¿y..?
-Estaba pensando. Escucha…
A Alicia le había asaltado un pensamiento repentino.
-¿Qué crees que puede pasar cuando empiece el curso? Quiero decir…. no me gustaría perjudicarte….

Álvaro no sabía el motivo exacto de la repentina preocupación de Alicia.
-¿Por qué dices eso?
-Bueno... recuerda el año pasado, el profesor al que expulsaron de la Facultad, y su alumna…

Álvaro le sonrió. Él estaba tranquilo en ese sentido.
-No creo que nos pase nada. La situación es muy distinta. Estamos casados y bien casados. Además, tú ya no eres mi alumna. En todo caso, la que lo tendría más difícil puedes ser tú, Alicia.
-¿…..?

Alicia no entendía a que se refería.
Álvaro se detuvo un momento antes de hablarle a Alicia, como si quisiera coger impulso para todas las cosas que le iba a contar de sopetón a su mujer. Por edad y por oficio conocía bien el paño mejor que ella.

-Bueno, de entrada te vas a enfrentar a todas las habladurías de la Facultad que se van a preguntar el motivo por el que quieres continuar tus estudios estando ya casada. Si antes veían extraño una mujer que estudie para abogada, ahora lo verán más.
Alicia le miraba seria.

-Luego tendrás que demostrar tu valía. Vas a estar en el punto de mira, Alicia. A la mujer de un profesor no se le va  a permitir el menor desliz en nada.

Álvaro) se detuvo un momento antes de seguir hablando. Alicia seguía  mirándole cada vez más seria.
-Si sacas malas notas, se regodearan con ello. Y si sacas buenas notas, pueden achacarlo a las influencias de tu marido, en vez de a tus propios meritos. No te va a ser fácil, cariño, lo siento. Por desgracia va a ser más difícil para ti que para mí.

Álvaro sabía que una mujer abogada  en la España de los 50  iba a tener más obstáculos que rosas en el camino.
Alicia no había pensado en todas esas cosas. Su marido tenía razón, por desgracia.

-Bueno, que le vamos a hacer…. intentaré concentrarme en mis cosas y no hacer mucho caso de lo que digan- le sonrió ella un poco  escéptica.
LA pareja se abrazó en el sofá antes de hacerlo en su cama.

Quiso la casualidad que unos días antes se habían encontrado al Decano paseando por el Retiro, dando el brazo a su mujer,  momento en que  Álvaro aprovechó para presentarle a la suya. Al Decano le habían llegado ya rumores de la boda de Iniesta  y saludó a Alicia educadamente.

Durante los trámites administrativos previos al curso, Álvaro aprovechó  al término del Claustro para dar a conocer su nuevo estado civil, y presentar a su esposa a los compañeros más cercanos que estaban remoloneando por el pasillo.


-Mejor hacer las cosas con naturalidad. No lo vamos a ocultar, ni tampoco pregonarlo a los cuatro vientos. El momento llegará solo.

Efectivamente. Los compañeros ya se habían ido enterando ese verano, no se sabe cómo. Felicitaron a ambos y saludaron respetuosamente a Alicia, quien les devolvió el saludo antes de continuar con su papeleo. Papeles que debían contar con la firma de Álvaro.
-Madrid es un pañuelo- pensó Álvaro con sorpresa al comprobar que medio claustro universitario ya estaba enterado de su vida sentimental.
El timbre del pasillo sacó a Alicia de sus pensamientos  y la pareja se despidió para ir cada uno a sus obligaciones. Ella a su aula y Álvaro a la suya. Se alegró de ver a sus antiguos compañeros de banco. 

-¡Alicia! ¿Qué sorpresa! ¿Qué tal el verano?
-Bueno… un poco movido.
-¿Te has cortado el pelo?
-Si…. tengo unas ganas de que me crezca….
- Caramba, pareces otra.
-¿ES verdad que te has casado con Iniesta?
-Si, es verdad. En Junio.
-(Las noticias vuelan en la Facultad)- pensó Alicia.

Los compañeros le felicitaban un poco asombrados por lo inesperado de la situación.

-¿Y vas a seguir estudiando?
-Pues claro.
-¿Y para qué, si ya te has casado?

De repente parecía que había pasado un ángel por la sala. Todos se detuvieron en su parloteo.

Alicia prefirió pasar por alto el comentario y hacerle caso a otro interlocutor. Las predicciones de su marido se estaban empezando a cumplir, así que ya estaba preparada. Se sorprendió a sí misma contestando (o evitando contestar) con más aplomo y mano izquierda del que esperaba tener.

-Las mujeres solo vienen a la facultad estudian para encontrar marido- oyó decir Alicia a lo lejos a uno de sus compañeros. Y acto seguido se tuvo que morder el labio y apretar los puños para hacer como que no lo había oído.
-(O para sacarse una carrera)- pensó.

Alicia intuyó que aquello no había hecho más que empezar.

Siguió enterándose de las novedades en los corrillos, cosas que ya sabía (¿sabes que ese chico, un tal Camilo, está en Canarias?), o cosas que se acababa de enterar, como que su antigua compañera de banco, Piluca, se había casado también ese verano con un joven abogado que estaba escalando puestos en el ambiente judicial, un tal Julio Merino.

- (Que ‘gran letrada’ ha perdido España)- ironizó Alicia en sus pensamientos, al recordar que lo más provechoso que había hecho Piluca en su primer año universitario había sido calentar el banco.

Efectivamente, la sobrina del Excelentísimo Rector había dejado los estudios de Derecho al haber conseguido ya su objetivo: casarse. Y con un ‘excelente’ partido: el tal  Merino era un joven ambicioso que había empezado a trabajar en el bufete de su padre, un abogado de prestigio dentro del Régimen, cuyo hijo empezaba a buscar su hueco y no se contentaba precisamente con ser un abogado anónimo dentro de la masa.

 El profesor de Derecho Penal  entró en el aula cortando el revuelo y dando los buenos días. Los compañeros se fueron a sus bancos. Alicia sacó sus cuartillas y su lapicero y se dispuso a tomar apuntes. Se sorprendió al comprobar que le había cambiado hasta la letra.


FIN DEL CAPÍTULO 2º.



Continuará…


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CAPITULO 3.

Mayo de 1989.

“……..insuficiencia cardíaca,….. encharcamiento pulmonar……..”

Pedro Iniesta se tocaba la cara con gesto preocupado, mientras iba leyendo el parte médico sentado en la mesa de camilla en el centro del salón. Su hermana Ana vino de la cocina y se sentó en la silla a su lado, ya más serena.

Lentamente, cogió la mano de su hermano y movió la cabeza de un lado a otro
-No va a mejorar.
Pedro apartó los papeles con toda la jerga médica escrita en ellos y se quedó mirando a la pared de delante. Apoyando los codos en la mesa, juntó las manos y las apoyó en la frente cerrando los ojos. Permaneció así un rato hasta que volvió a escuchar la voz de su hermana.
-Sabemos que, el abuelo Joaquín, murió de repente, del corazón, también muy joven…

Alicia había hablado muy pocas veces con sus hijos del momento en que murió su padre de una parada cardíaca, cuando ella solo tenía 18 años, mientras él estaba sentado en el sofá hablando con su hija de la carrera de Derecho que iba a empezar a estudiar ese curso.
-Y hay un alto porcentaje de predisposición hereditaria…

Pedro abrió los ojos y le cogió de la mano. Ambos se quedaron un rato en silencio con la mirada perdida.
El timbrazo que pegó la puerta los trajo al mundo terrenal.
-Son los niños.

Ana se limpió la cara con el dorso de la mano y suspiró, en un intento por que sus hijos no vieran todo lo que había llorado. Al abrir la puerta, una adolescente irrumpió en la sala como un vendaval, soltando en la silla su mochila con libros del instituto.

-¡Tito!
-¡Rocío! Dame un beso.

Pedro abrazó a su sobrina mayor. Con el pelo moreno y los ojos negros, como sus padres y abuelos, los hijos de Ana llegaban ahora del instituto donde cursaban sus estudios de B.U.P. Buena estudiante y mejor hija, la chiquilla estaba despertando al mundo que le había tocado vivir, con España en democracia y la movida madrileña bullendo en las calles.

Ana puso cara de madre de adolescentes.
-¿Y tu hermano?
-Se ha quedado abajo, hablando con Andrés. Dice que ahora sube, mamaaaá, que no te enfaaades, que no tardaaa.

Ante la cara de pocos amigos que ponía su madre, la niña cambió rápidamente de tema.
-Tío, ¿me has traído algo de Italia? ¿Cuándo habeis llegado? ¿Dónde….?
-Rocío, tu tío llega cansado, no le agobies.
-No, deja, deja… algo te habré traído. A lo mejor lo tiene la tía.
-¿Dónde está la tíaaaa?
Rocío voló como una exhalación hacia la cocina, donde ubicaba a su tía, dejando a su interlocutor con cara de resignación ante la velocidad de la adolescente. Sonrió a su hermana con complicidad y se encogió de hombros. “Paciencia, yo ya he pasado por eso”- parecía decirle Pedro, quien tenía a sus tres hijos veinteañeros en su casa, y sabía lo que era acabar de pasar el “sarampión”. Ana procedió a recoger los partes médicos de encima de la mesa y a guardarlos en el cajón de la consola.

Rocío venía de nuevo por el pasillo, galopando como el Séptimo de Caballería.
-¡ Me ha dicho que los tiene en la maleta! Tito, ¿Cuándo vas a abrir las maletas? ¿Están en la portería?
-Rocío….
-Déjala, mujer, si está muy contenta de verme, jaja…
Pedro hizo cosquillas a su sobrina, que paró un poquito en la energía contagiosa que había logrado cambiar inconscientemente, aunque fuera por un momento, el gesto de preocupación de la cara de su tío. Al volver la cabeza vio la puerta cerrada del dormitorio de su abuela.

-...¿Está dormida la abuela?...

El silencio se hizo en el salón. Ana se fue hacia ella despacio.
-La abuela se acaba de quedar dormida, Rocío, y necesita descansar. No hagas mucho ruido ni pongas la radio fuerte.

Roció se quedó quieta tras oir las palabras de su madre. LA niña aún no era del todo consciente de la gravedad del estado de su abuela y súbitamente su mirada se posó en la consola, donde en un marco de plata estaba una foto con ella y su hermano cuando eran muy pequeños, montando en triciclo en el Retiro, y al lado Álvaro llevando los abrigos de los nietos en su brazo, con el sombrero puesto y el orgullo de abuelo de paseo dominical en la sonrisa. Tuvo una intuición repentina que le hizo un nudo en la garganta.

-Mamá….
-Dime, cariño.
-La abuela… ¿se va a poner bien, verdad?

El gesto de Rocío había mudado rápidamente. Ana la cogió de la mano y le acarició la cara.
-La abuela está mal y no sabemos qué va a pasar. Por eso es importante que ahora esté tranquila y descanse.

Rocío tragó saliva. La adolescente se había enfrentado por primera vez a la pérdida de un ser querido hacía ahora casi un año, cuando murió su abuelo. Entonces, la niña había quedado muy afectada y ahora se le habían venido a la cabeza de golpe todos los recuerdos del pasado.

-Sabes que a ella no le gusta que estemos tristes.
Su madre le acarició la cara y le sonrió.
-Si, mamá.
Madre e hija se abrazaron un rato.
-Voy a entrar despacito…
Ana asintió con la cabeza, dándole permiso.

Rocío se frotó los ojos. Antes de entrar tuvo una idea. Acercándose a la consola, cogió una de las rosas blancas del jarrón y entró con sumo cuidado en el cuarto de su abuela.



FIN DEL CAPÍTULO 3.

Continuará…..

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CAPÍTULO 4:
Mayo de 1989. Al día siguiente, por la tarde.



-Abuela, ¿por qué no hay fotos de mamá cuando era pequeña?

Rocío estaba con Alicia, viendo las fotos que había guardadas en la vieja lata donde Alicia tenía sus recuerdos más queridos. Su nieta había traído los álbumes de fotos familiares, y los estaban repasando juntas, entretenidas. Efectivamente, hubo un periodo en el álbum familiar de los Iniesta que estaba casi vacío de imágenes. Tan solo unas pocas fotos guardaban el recuerdo del primer año de Ana, su madre.

-Sí que hay, mira esta.
-Sí abuela, pero son muy pocas, mira, mira todas las que tienen las tías…

Rocío pasaba las páginas viendo las fotos de bebé de sus dos tías, sus tíos, bautizos, comuniones, y paseos varios, mientras de su madre solo tenía dos páginas.

-Rocío, hija, antes no se hacían tantas fotos como ahora. Una cámara de fotos era un lujo y sólo la tenían los fotógrafos profesionales. La gente iba a su estudio y se retrataba en los momentos importantes. A veces había fotógrafos en la calle y tiraban fotos, que luego te llevaban a casa, pagando un extra. Nosotros no tuvimos una cámara hasta que tus tías nacieron. Y eso porque tu abuelo se empeñó. Yo no quería, era un gasto demasiado grande…

La mirada de Alicia reflejó una sombra de nostalgia.

Claudia entró en la habitación, con Remedios, la enfermera, detrás. Ana y sus dos hermanas se estaban turnando para quedarse con su madre cuando iban a trabajar. Cuando Ana no estaba, venía Remedios, una compañera del Hospital, enfermera amiga suya, con quien tenía absoluta confianza. Remedios entró a controlar las constantes de Alicia y a revisar la botella de suero. El oxígeno, como era costumbre, se lo había quitado la enferma.

-Remedios, estoy bien, de verdad que no me hace falta, además, estoy incómoda con él.
-Mamá, Ana te dijo que no te lo quitaras. Inténtalo, anda.

Claudia le arreglaba las sábanas a su madre, intentando que entrara en razón e hiciera caso de las recomendaciones médicas de su hermana mayor, sin mucho éxito.
Rocío seguía pasando páginas del álbum.

-Mira, tía, aquí estáis la tía y tú de pequeñas, con el tío Jesús.
Claudia miraba la foto de las dos hermanas mellizas, muy pequeñas, con su hermano sentado en un sillón.


-Rocío, vamos a cenar ya. Además la abuela va a tomar su medicina y a descansar, que ya es hora.

-Solo un poquito más, tía. Estamos viendo las fotos. Además, es la abuela la que me lo ha pedido.

-¡Ay mi niña…! – A Alicia le hizo gracia la salida de su nieta y le hizo una caricia en la frente- Si, deja, que mi niña esté un rato más aquí conmigo.

-Está bien, pero sólo un rato, eh…


Claudia vio a su madre entretenida y sonriente, y pensó que le vendría bien un poco de distracción.


-Abuela, cuando mamá era pequeña, fue cuando el abuelo estuvo en la cárcel, ¿no?

-¡Rocío!- la tía cortó en seco la inoportuna pregunta de la niña- venga, levántate ya y deja dormir a la abuela.

-No, no, no…-Alicia intervino con voz firme- no pasa nada, Claudia, no es nada malo.

-Mamá, estas cansada.
 Claudia hizo ademán de recoger las cosas que tenía su madre encima de la cama.

-No, la bufanda no. Déjamela conmigo.

A Claudia se le humedecieron los ojos al identificar la bufanda de su padre. A ella también se le agolpaban los recuerdos recientes.

-Mamá, por favor…

-Tía, se la ha dado el tito Pedro. Se la ha pedido ella.

-Está bien- se agachó y la besó en la frente- Solo un rato más, Rocío. ¿Estamos? ¿Estamos, Rocío?

-Sí, tía.
 Rocío estaba contenta de aprovechar lo que quedaba de tarde con su abuela. Le gustaba oírle contar cosas de cuando era joven, contrariamente al resto de adolescentes. Y contrariamente al resto de los abuelos, Alicia nunca había sido dada a contar ‘batallitas’, así que al presentir la niña que su abuela estaba esa noche abierta a confidencias, quiso aprovechar la coyuntura y prestar toda la atención que pudiera. La familia hablaba pocas veces delante de los niños sobre algunos acontecimientos del pasado, y cuando los niños intuían que la conversación giraba en torno a ellos, pegaban la oreja de forma disimulada. Esa noche Rocío sintió que su abuela la iniciaba en el mundo de los adultos de forma voluntaria, al dejarla acceder al secreto más guardado de la familia.


Alicia miraba las escasas fotos de Ana con la mirada en blanco, como absorta.

-Pasaron muchas cosas ese año….ya lo creo que pasaron…
Rocío la miraba sin pestañear, para no dejar escapar ninguna de sus confidencias.-…y no todas alegres…

Abuela y nieta se quedaron mirando a la colcha con la mirada perdida.


A Rocío se le ocurrió hacer una pregunta tonta, sin saber muy bien por qué.
-Abuela…. ¿tú quisiste mucho al abuelo, verdad?Alicia sonrió intrigada por la pregunta de su nieta, sin saber muy bien a qué había venido.

-Claro, hija mía. Y cada día que pasaba le quería más.

Alicia empezó a acariciar la bufanda que tenía en la mano.

-¿Y nunca os peleasteis?

Rocío se agachó, sentándose en el suelo y apoyando los antebrazos en la cama, para que su abuela estuviera más cómoda al mirarla. Ella nunca recordaba discusión alguna de sus abuelos.


-Ja, ja,ja..-río Alicia- que cosas tienes, ay, mi niña, claro que discutíamos…-Alicia habló ahora más bajo- Pero es verdad que cada vez menos.
-¿Y qué pasaba, abuela?

Claudia entró en la habitación a traer un vaso de agua a su madre.
-Bueno, ¿tú discutes con tu hermano?
Rocío ponía cara de niña inocente que no ha roto un plato en su vida.
-No, abuela, yo no.
Claudia y  Alicia se miraron con cara de sota. Rocío y su hermano, como buenos adolescentes, se pasaban el día como el perro y el gato aunque afortunadamente, la sangre no llegaba nunca al río.

La tía salió de la habitación y cerró la puerta. Alicia cogió la mano de su nieta.
-Y aunque discutas con él, luego hacéis las paces, porque sois hermanos, y os importáis el uno al otro, verdad?
-Si, abuela.
-Tu abuelo y yo a veces discutíamos, sobre todo al principio. Pero cada vez discutíamos menos. Y había veces que él me hacia rabiar adrede, de broma, pero no conseguía nunca que me enfadara con él.
Alicia recordaba a Álvaro con una sonrisa.
-¿Erais iguales, no, abuela?

-Que va, que va… cuando nos casamos yo pensaba que éramos muy distintos. Pero a medida que iban pasando los años estábamos cada vez más cerca. A veces ni siquiera teníamos que hablar para saber lo que estaba pensando el otro. Y curiosamente, él me decía lo contrario, que cada día éramos más distintos, cuando yo pensaba al revés, que éramos cada vez más iguales….
-¿Y por eso dejabais de discutir? ¿Por ser iguales?
Alicia sonrió.

-No, por eso no. Dejábamos de discutir porque nos conocíamos y sabíamos lo que no le gustaba al otro, y lo evitábamos. Y hacíamos lo que le gustaba. Cuando quieres a alguien y te importa, luchas para que eso siga. En el amor y en la vida, no lo olvides- Alicia quito el flequillo de la frente a su nieta, con una caricia- ¿ha venido hoy ….el chico de la semana pasada?

Rocío se ruborizaba y bajaba la mirada

-No, abuela, no ha venido.
Con intuición certera de abuela, Alicia presentía que su nieta estaba empezando a descubrir el amor, así que había accedido gustosa al interrogatorio de su nieta sobre sus cuarenta años de matrimonio. Pero Rocío cambió rápidamente de tema al ver  ahora que la interrogada era ella.

-Mira esta foto, abuela.
Rocío miraba la foto familiar de su madre, con pocos meses, con su tío Pedro de niño, sus abuelos, y su bisabuela Marcela.
-¿Qué sitio es este? No lo conozco. ¿Es el Retiro?
Alicia miró la foto de los cinco y sonrió.
-Claro que no lo conoces. No has estado nunca. No es de Madrid. Es Salamanca. En el Paseo...
-¿Cuando mamá era pequeña, verdad?
-Si.
- ¿Y por qué estabais en Salamanca?

Alicia sonrió. Estaba empezando a recordar recordando unos momentos muy intensos de su vida.
-Bueno, la vida se presentó así….las cosas no iban bien aquí en Madrid. No fue nada fácil. Se torcieron las cosas mucho… demasiado…. A veces llegamos a pensar que no saldríamos adelante, pero tu abuelo nunca se desesperó.
-¿Cuándo el abuelo estuvo en de la cárcel?
Rocío insistía. Quería enterarse de una vez por todas de la historia que nadie contaba.
-Más o menos…. Eso fue poco antes.
-¿Y porqué estuvo en la cárcel?
Rocío tiraba insistentemente de la madeja.
… porque el abuelo no hizo nada malo, ¿verdad?

Alicia la miró sonriendo.

-No, hija. Tu abuelo fue el mejor hombre que conocí. En aquel tiempo a veces metían a la gente en la cárcel solo por expresar lo que pensaban, o por defender la libertad.
-¿Y el abuelo hacía eso? ¿El abuelo defendía la libertad?

-Lo intentaba. Y la libertad de otros que también lo intentaron. Eran tiempo difíciles en España. Muy difíciles. Y fue una época muy mala para los que pensaban de forma distinta.

Claudia entró con Remedios.
-Rocío, venga… la abuela tiene que descansar. La medicina tiene que tomarse a sus horas.
Remedios venía a ponerle el sedante a Alicia, en la botella de suero.

-Anda, mañana seguimos- le dijo Alicia a su nieta. A Alicia le había cambiado el gesto al recordar aquellos años. Y la niña se dio cuenta y respetó la intimidad de su abuela.
-Vale…. ya me voy. Buenas noches, abuela.

La nieta besó a su abuela en la mejilla y recogió las fotos esparcidas por la cama. Las metió en la lata y fue a guardarla. Alicia se quedó con la foto de Salamanca.

-No, déjame esta, por favor.
-Mamá..
-Espera, espera…
Alicia detuvo a Remedios en el momento en que iba a pincharle el sedante.
-Un rato más… quiero recordar cosas, por favor. Estoy bien, no me duele nada. Y respiro mejor.

Claudia miró a su madre a los ojos. En otro momento le hubiera intentado convencer de ponerse la medicación, pero ahora no tuvo valor. Miró a la enfermera y le hizo una señal con la mano. Remedios detuvo el pinchazo y se retiró por la puerta.

-Está bien, mamá. Un rato más,  ya sabes que Ana se enfada si no seguimos las instrucciones. Anda, intenta dormir.
Claudia puso una manta a su madre antes de besarla en la frente y salir de la habitación.

Alicia miró la foto con su primera hija pequeña. Efectivamente, no todo había sido un camino de rosas en su vida. Su nieta había removido sin quererlo recuerdos que ahora se le agolpaban como si fueran de ayer. El recuerdo lejano de Fernando le volvió, así como todo lo que vino después. Efectivamente, pasaron muchas cosas en esos años vacíos de fotos en el álbum familiar.
Lentamente, Alicia fue cerrando los ojos mientras recordaba el único momento en que su marido y ella estuvieron lejos el uno del otro…..




Fín del Capítulo 4.

Continuará………

Fotografía:


http://www.archivofotograficodemadrid.com/v2/foto.php?id=26304&where=WHERE%20validada=1%20AND%20año%20LIKE%20'%%'%20AND%20año%20LIKE%20'195%'



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Capítulo 5.

Madrid, Febrero del 1951



- Álvaro, por favor…

Alicia estaba de pie en la puerta, viendo a Álvaro ponerse el abrigo con un rictus de dolor reflejado en su cara.

-Ya está hablado, Alicia.

Con la mirada baja y el gesto grave, Álvaro se iba poniendo lentamente el sombrero y la bufanda, como si fuera a emprender un largo viaje. Con la cara y las ojeras violáceas de muchas noches a medio dormir, a él más que a nadie le pesaba la decisión que estaba a punto de tomar. Alicia le miraba descolocada: por primera vez desde que se conocieron, su marido estaba pensando en sí mismo antes que en ella. En esos momentos, el aire se cortaba con un cuchillo en casa de los Iniesta.

-No lo hagas, por favor…
- Alicia, es mejor así- dijo Álvaro mientras se abrochaba el abrigo pesadamente- necesitamos pensar y no hacernos más daño del que nos estamos haciendo el uno al otro.

Mirándola a los ojos antes de irse, Álvaro cogió la maleta y salió por la puerta, mientras Alicia se quedaba desencajada, sin dar crédito a lo que acababa de pasar.

No hacía ni cuatro días que el matrimonio había estado declarando en los sótanos de la Puerta del Sol, tras haberse presentado unos policías en su busca. El interés de ambos por Fernando Rosales, un preso político acusado de participar en un atentado contra Franco, los había puesto en el punto de mira del Régimen. Las visitas de Álvaro al reo, pocos días antes de su ejecución, junto con un colega suyo, el abogado Mario Ayala, y la campaña internacional promovida por Alicia ante varios medios de comunicación extranjeros, así como ante varias embajadas europeas pidiendo clemencia, con el consiguiente efecto mediático debidamente silenciado en España, eran factores que les colocaban en una posición bastante comprometida en la difícil situación política de la España de 1951.


-Tened cuidado- les había dicho una noche Doña Marcela, mientras el matrimonio deliberaba sobre los aspectos legales.

Con muy buen juicio, Doña Marcela había preferido quitar a Pedrito de todo el jaleo y llevarlo a casa de los tíos. El ambiente en la casa era muy tenso y el teléfono no paraba de sonar. Cuanto menos viera y oyera el niño, mejor. Por desgracia, a Doña Marcela no le faltaba razón. Las consecuencias de haberse significado de aquella manera ante el Régimen no tardaron en aparecer: una mañana, sonó el timbre de la casa de una manera que no hacía presagiar nada bueno. Doña Marcela abrió la puerta con prevención.

-¿Vive aquí Álvaro Iniesta?
-Sí, es mi hijo - Doña Marcela miró con mal disimulada suspicacia al extraño que no decía ni los buenos días y la miraba por encima del hombro con gesto altivo.- ¿Quién le busca?
-Somos de la policía, señora. Le aconsejo que avise a su hijo a la mayor brevedad.

Doña Marcela voló rauda a avisar al matrimonio, para retirarse después discretamente a otra habitación. Mientras permanecía dentro de su cuarto, escuchaba la voz de su hijo y de su nuera sin acertar a entender con claridad lo que decían, para acto seguido, escuchar las voces más altas de los policías con sus imprecaciones y su tono chulesco. Los minutos se le hicieron eternos sentada en la cama de su habitación con el corazón en un puño, hasta que Álvaro apareció.

-Mamá, Alicia y yo nos tenemos que ir a comisaria con estos señores.
-Álvaro- Doña Marcela se puso en pie como una exhalación, al ver a su hijo aparecer por la puerta- tened mucho cuidado.
-No pasa nada, mamá, es mejor así- Álvaro intentó tranquilizar a su madre- volveremos pronto, ya verás.
Marcela les abrazó a ambos, sin disimular su preocupación por las cosas que estaban viniendo.

Alicia recordaba la impresión que le causaron los sótanos de la Puerta del Sol, las horas interminables de declaración que pasaron ambos, aislados el uno del otro, metidos en aquellos cuchitriles infectos, escuchando las mismas preguntas y repitiendo las mismas contestaciones una y otra vez, hasta que la policía, o bien se hartó de preguntar las mismas cosas, o bien comprendió que no tenían nada más que sacar de aquella pareja, y convencidos o no de que su vinculación política con el reo era nula, les pusieron en la puerta de la calle. Aún asustados, con el miedo en el cuerpo y la impresión reflejada en sus caras, tomaron un taxi de vuelta a casa. Doña Marcela les vio llegar vencidos por el cansancio y la conmoción por todo lo vivido en los últimos días. Alicia aún no asimilaba todo lo que estaba pasando.

Esa noche Álvaro vino a buscarla al despacho, donde ella estaba sentada en el sillón, desvelada desde hacía un rato.
-Alicia…
-No podía dormir- dijo ella mientras miraba hacia abajo- y no quería que me vieras llorar, lo siento.
Alicia se abrazó a él buscando el consuelo que sabía seguro.
-Vamos, aquí hace frío- Álvaro la levantó del sillón despacio, y pasándole una mano por los hombros la llevó a la cama.

Ya ni recordaba las noches a media vela que habían pasado ambos los últimos días, mirando al techo con la mirada perdida, hasta que le cansancio les rendía. Los últimos acontecimientos habían sido bastante intensos y el nerviosismo les superó muchas veces. Alicia buscó esa noche entre las sabanas el abrazo que su marido le devolvía, pero Álvaro se sentía muy lejos en ese momento. Abrazado a su mujer, presentía que los acontecimientos no habían hecho más que empezar, que la muerte de Fernando iba a ser la primera ficha de dominó de toda una serie de acontecimientos, de desgracias en cadena que iban a empezar a caer unas tras otra, empujados por la inercia de la anterior y arrollando todo cuanto se encontrara a su paso. No se equivocaba. Una de las noches, tras muchos días de tensión, tras muchas mañanas yendo a la Facultad con la cara larga, sin ganas de clase y con la desazón llenándole el alma, tras escuchar por enésima vez los reproches de Alicia, insomne tras dar vueltas en la cama, esa noche fue Álvaro el que dejó el dormitorio.

-¿Qué haces aquí?- ahora era Alicia la que aparecía por la puerta, liada en su toquilla verde.
Álvaro no contestó. Miraba al suelo serio y pensativo.

-Vas a pasar frío- Alicia se sentó a su lado y le cogió de la mano. Ambos miraban al mismo punto de la alfombra. -¿En qué piensas?

Álvaro cerró los ojos.
-En muchas cosas….
-¿de….?
-Uff…. de ti, de mí,….de Fernando… de todo…
-Fernando… -empezó a decir despacio Alicia- tal vez si hubiéramos…

Álvaro cerró los ojos. Estaba agotado.
-Nos faltó llegar más lejos...-musitó Alicia con un hilo de voz- le fallamos, no hicimos lo suficiente…
-Hicimos cuanto estuvo en nuestra mano, Alicia -contestó Álvaro cerrando los ojos- Y más.
- Pero no fue suficiente….
- Nada hubiera sido suficiente, Alicia.

Álvaro intentaba mantener la calma contestando con la voz firme, mientras en su fuero interno pensaba que, por desgracia, para el Régimen sí que iba a ser suficiente.
-¿Y para ti?- de repente Álvaro se volvió hacia ella- ¿Qué hubiera sido para ti suficiente?
-¿Qué quieres decir con eso?- Alicia estaba confundida ante la pregunta directa y el cambio del tono de voz de Álvaro, que la alarmó ligeramente- no te entiendo.
-No lo sé, Alicia, quizás sea yo- Álvaro sacudió la cabeza- Quizás sea yo el que está pensando demasiado.
Álvaro se llevó la mano a la barbilla, se levantó pausadamente y se puso de pie apoyándose en el quicio de la puerta, dándole la espalda. Evitaba mirarla a los ojos

- Y a veces no me gusta lo que pienso, Alicia.
Ahora sí que se volvió y la miraba a los ojos, y fue ella la que desvió la mirada
-No puedo evitar pensar lo que hubiera pasado si nosotros…. –Alicia hablaba con la voz como perdida- …solo nos tenía a nosotros,……… éramos su única esperanza, Álvaro.. y le hemos fallado.

-Hicimos más de lo que pudimos, Alicia.
-¿Si? - ella le miró con reproche- ¿Y con qué resultado?
-Alicia, por Dios… que hemos estado un día entero en la Puerta del Sol…..que conoces las leyes y el país en el que vivimos. Sabes que este no era un juicio normal. Incluso él mismo nos dijo que no siguiéramos comprometiéndonos.
-Seguramente si hubiésemos llegado a un juicio justo, él estaría vivo.
-Alicia por favor, hablar de JUSTICIA en este caso hubiera sido soñar despiertos… y ningún abogado hubiera aceptado este caso.
-En eso te equivocas.
-No, no me equivoco –Álvaro agitaba las manos- si, estaba Mario Ayala, por causas que solo él sabe…. y mira donde está ahora….

En efecto, habían perdido el contacto con su colega, y las noticias que le llegaban no eran nada buenas.

-Su vida dependía de nosotros….
-No, Alicia. Su vida dependía de él. De él y de sus acciones. Y su condena dependía de Franco, quien por desgracia es el que tiene la última palabra con todo en este país. Este juicio ya estaba sentenciado desde antes de celebrarse. Y nosotros hemos sido meras comparsas de una función que presiento no ha hecho más que empezar.

-¿Cómo puedes hablar así cuando han matado a un hombre?-Alicia se levantó como un resorte.
-¿Y cómo puedes echarme tú en cara no haber hecho nada por él?-Álvaro también se puso frente a su mujer.

-Y ahora está muerto- musitó Alicia mientras se volvía en otra dirección.
-Y bien que lo he sentido, Alicia, y bien que lo he sentido….

A Alicia parecía que le había abandonado la razón que demostraba en los pupitres de la facultad de Derecho, la que le estaba haciendo aprobar los cursos con una de las medias más altas de la clase, y la que le hacía sortear con diplomacia los espesos temarios de las leyes franquistas y salir indemne de los exámenes manteniendo íntegras sus convicciones. Se dio la vuelta. No aceptaba lo que la cabeza le decía: que en el país en el que vivían, poco se podía haber hecho por librar de la pena capital a Fernando Rosales.

Apoyado en el marco de la puerta, Álvaro fue el primero en romper el larguísimo silencio que hubo después.

-Lo siento, pero no puedo más con esto. No sé que nos está pasando… -Álvaro se sentó de nuevo con las manos cogidas delante de la cara, mirando al suelo

- Es la primera vez que estoy dudando de muchas cosas, Alicia, y hasta me asusta lo que pienso.
-Álvaro….-Alicia se volvió y lo miró extrañada - no entiendo que quieres decir.

Que se iba. Álvaro se iba. Esa misma mañana el reciente Catedrático de Derecho Romano había notificado su ausencia en la Facultad alegando una excedencia para preparar un libro. Y ahora quería alejarse unos días de una casa propia en la que la tensión todavía se respiraba en el aire.

-No quiero que nos hagamos más daño el uno al otro, y creo que nos lo estamos haciendo- dijo él.
-Álvaro….
-Alicia, tú estás muy alterada. Y yo también me estoy poniendo nervioso. Esta situación ya me ahoga. Siento que estamos muy lejos el uno del otro y no sé qué nos pasa.

Ante la situación novedosa para ella de ver a su marido demandando atención, Alicia por primera vez tuvo un asomo de remordimiento de conciencia.

-De acuerdo. Está bien, está bien- dijo sacudiendo la cabeza, intentando tranquilizar la situación y aparentar una serenidad que ya no tenía,

- Párate y hablamos. Huir no es la manera de afrontar un problema.
-No, no huyo. El problema está aquí, Alicia, y eres tú la que tiene que mirarlo de frente. Yo ya lo he hecho, y no quiero hacerte más daño del que ya tienes- Álvaro bajó el tono. No gritaba, aunque su voz seguía siendo firme- Pero yo también estoy dolido.

Ahora estaban de pie, uno frente al otro.
-Te quiero. Te quise y te quiero como a nadie. Pero este es un carro del que tenemos que tirar dos.
-¿Por qué me dices eso?- Alicia estaba desconcertada ante el viraje de Álvaro - Estás siendo injusto…
-No, Alicia. Solo te estoy diciendo digo como me siento. Sabes que no estás atada a mí para toda la vida. Eres dueña de tu vida y de tus actos, y yo no te pondré ningún impedimento en lo que decidas. Estoy siendo sincero contigo y quiero que tú también lo seas conmigo. Y sobre todo quiero que seas sincera contigo misma. Y eso solo depende de ti.

-No sé de qué me estás hablando……… ni lo quiero saber. Estás muy equivocado si piensas así…
-ES posible que me equivoque, pero eso nunca me lo has dicho…..-Álvaro se detuvo antes de seguir hablando.

-Y ahora mismo siento que doy más de lo que recibo- sentenció.

Alicia se dio la vuelta para que Álvaro no la viera empezar a llorar. Asombrada de su reacción, la posibilidad de perder a su marido la estaba descontrolando aun más. Álvaro se le acercó por detrás, hasta situarse delante de su espalda. Alzó la mano suavemente para apoyarla en su hombro, pero se detuvo con la mano en el aire a pocos centímetros de su brazo.

-Sabes que he estado siempre contigo, Alicia, pero necesito saber que tú también estés conmigo. Los dos o ninguno.

Alicia se dio la vuelta y le miró a los ojos mordiéndose el labio. Nunca Álvaro le había dicho esas palabras. Y lo peor es que se estaba dando cuenta que su marido tenía razón.
- Solo volveré cuando tú me pidas que vuelva.

Tras un silencio que a ambos les pareció eterno, Álvaro abrió la puerta del despacho para irse.
-¿Qué vas a hacer?

-Alicia….. yo también quiero a mi mujer. ….-Álvaro pronunció sus últimas palabras usando el tiempo presente- La quiero mucho….. pero la vida sigue.

Álvaro salió del despacho mientras Alicia se quedaba mirando a la puerta, aturdida. Por primera vez en los últimos días, su mente había dejado de pensar en Fernando.

Y dejándose resbalar por la pared hasta el suelo, abrazándose a sí misma, metió la cabeza entre las rodillas y empezó a llorar desconsoladamente.



Fin del capítulo 5.

Continuará…..





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Capítulos 6-7-8-9-10

Capítulo 6:

Madrid, Febrero de 1951. Una semana después.



-Ya está despertando- dijo una voz de mujer.


Alicia abría poco a poco los ojos, preguntándose donde estaba y qué había pasado. Solo alcanzaba a percibir su cabeza, que le daba vueltas, además de una dificultad notable para respirar, acompañada de una sensación de tirantez en el abdomen. Quería dejarse llevar y volver a dormirse, pero sentía frío, mucho frío, y escuchaba varias voces desconocidas alrededor suyo, que le atosigaban y no la dejaban tranquila.
-Venga, se tiene que despertar ya –dijo alguien mientras la sacudía por los hombros.
-Alicia, abre los ojos- la voz de la enfermera con tono imperativo le hizo entrar en estado de alerta.


Se notaba a sí misma mareada y débil, muy débil, como si hubiese realizado un gran esfuerzo. Incluso los pensamientos que se esforzaba en producir le estaban produciendo un gran cansancio. Quiso incorporarse pero no pudo, no tenía fuerzas. Una monjita le arregló las sabanas, que Alicia notaba tiesas y frías. Al ir espabilando, se dio cuenta del dolor tan intenso que sentía, tanto, que tuvo que hacer un esfuerzo para no romper a llorar en ese momento.


-Alicia, estas en el Hospital. No intentes moverte ahora o se te saltarán los puntos. Has perdido mucha sangre y estás débil- la voz de la enfermera le resonaba hueca a Alicia dentro de su cabeza- Aquí tienes una campanilla. Cuando quieras llamarme, tira de ella.


La enfermera le alargó el cordel de la campana, que puso a su alcance, junto a la almohada.


-Quédate tumbada y no hagas ningún movimiento brusco o se te abrirá la herida. ¿Me oyes? Luego vendrá el médico a verte.


Alicia asintió moviendo los párpados, sin despegar los labios.


Aún sin despertar del todo, los detalles se iban hilvanando en su cabeza a medida que empezaba a recordar lo sucedido en las últimas horas. Una punzada en el vientre, que la dobló de dolor en el sofá de casa. La voz de Pedrito llamando asustado a su abuela, y la voz alarmada de Doña Marcela cuando la vio tendida en el suelo. Luego recuerdos vagos, difusos, de la camilla, el médico en el quirófano haciéndole preguntas y las enfermeras preparándola para una operación. Y aunque nadie le había dicho nada, ella no necesitó preguntar para intuir que había pasado.






Y mientras intentaba ordenar las ideas que se le agolpaban en tropel en su cabeza, empezó a sentir una sensación de vértigo, una sensación muy extraña, como de caída en el vacío, sensación que se acentuaba por la debilidad que tenía, y que le provocaba nerviosismo e inseguridad a partes iguales, causándole en su interior una gran confusión y aturdimiento. De repente se sintió sola, muy sola, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Y notó un vacío interior muy grande, que la hizo estremecer y provocó que su mirada se le empañara.




Quiso mover su brazo pero algo se lo impidió. Algo que le apretaba en la muñeca y el antebrazo y le pinchaba en la vena, causándole dolor cada vez que lo movía e intentaba apretar el puño. Intentó zafarse sin conseguirlo, mientras empezaba a sentir una angustia muy grande que le subía por la garganta, y una sensación de ahogo que le oprimía el pecho mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Todavía veía borroso y el hospital le llenaba de ansiedad.


-Alicia todo está bien, tranquila, no te muevas….. así… ya está…. Te han puesto suero para que te recuperes antes. Si mueves el brazo podrías partir la aguja, no pasa nada, ya está…. Tranquila, no te muevas, mi niña……


La voz familiar de Doña Marcela sonó como un bálsamo de consuelo en sus oídos. Su suegra empezó a acariciarle la cara muy suavemente mientras le hablaba con suavidad.


-Alicia, hija mía….
A Alicia le empezaron a resbalar las lágrimas por la cara, mientras notaba su cuerpo dando tiritones.
-Me duele mucho..
-Lo sé, hija. Te acaban de poner un calmante. En unos minutos te hará efecto. Ten paciencia, hija mía…


Las palabras maternales de Marcela actuaban como otro calmante para Alicia, que empezaba a dejar salir todas las emociones que se le agolpaban como un nudo y que no la dejaban hablar.


-Llora, llora todo lo que tengas que llorar.
Marcela le hablaba despacio, tranquilizándola, mientras le acariciaba la frente.
-Ya ha pasado todo, ya está. Te pondrás bien.
Alicia tenía un llanto silencioso, solo frenado por el dolor que sentía en el abdomen cuando respiraba hondo.


-Álvaro no sabía nada, ¿verdad?- preguntó Marcela.


Alicia se vino abajo en un sollozo al buscar la contestación a la pregunta de su suegra. Negó con la cabeza. Ni siquiera podía hablar.


-Creía que eran nervios, como estos días han sido tan…..


Doña Marcela asintió cerrando los ojos con paciencia. Sus caricias confortaban a Alicia, que se había entregado a un llanto nervioso que no podía controlar.
-Eso está bien, mi niña, llora, llora todo, necesitas sacarlo……


Doña Marcela había sido espectadora muda y prudente de los últimos acontecimientos que había vivido la pareja.

 
No se sabe cuánto tiempo pasó hasta que Alicia pudo calmarse un poco y reunió fuerzas para hablar. Alicia tiritaba de frío cuando miró a su suegra a los ojos, mientras esta le ponía otra manta y le echaba su abrigo por encima.


-Doña Marcela…
-Dime, hija.
-…¿Cómo está Pedrito?....
-Está bien- le sonrió dulcemente.


Su suegra le seguía acariciando. Ahora le acariciaba el brazo tenso, para que lo relajara.


-Lo he dejado con la tía –explicó-. Se quedó un poco impresionado cuando vio que te caías al suelo, pero ya le hemos dicho que estas bien. Quiere venir a verte, pero no le hemos dejado. Mejor un poco más tarde, cuando estés mas recuperada.


Pedrito ya había pasado por la pérdida de su madre cuando era pequeño, y aunque no tenía recuerdos muy vivos, si eran lo suficiente intensos como para desestabilizarle ante la idea de perder a alguien más en quien el niño hubiera depositado su afecto.


-Doña Marcela…..-Alicia quería preguntar por su marido, pero no sabía cómo. Tragó saliva antes de repetir otra vez su intento de pregunta-. Doña Marcela…..


El silencio de su suegra le hizo pensar que algo no marchaba.
-¿Qué ocurre?- inquirió Alicia, volviendo los ojos para mirarla.
Marcela prefirió decirle la verdad a Alicia que dejar que se imaginara una verdad que no era.
-Alicia. Alicia, hija, escúchame.




Marcela se detuvo un momento. Ella tampoco sabía muy bien cómo empezar.
-Alicia, Álvaro no sabe nada de esto. Ni siquiera sabe que estás aquí. No sabemos que ha sido de Álvaro.
Alicia la miró extrañada.
-Parece ser que el viernes vinieron a llevárselo.
-¿Qué?....
Doña Marcela pensaba que su hijo estaba en la pensión cuyas señas le había dejado Álvaro, hasta que recibieron la llamada que les puso sobre aviso.


-Esta mañana nos han llamado Peñafiel desde Gobernación, en cuanto se ha enterado. Por lo visto, ha sido una sorpresa para él también. Nos ha dicho que ya está en Carabanchel, que lleva varios días allí.


Rafael Peñafiel había sido compañero de promoción de Álvaro. Su trabajo en Gobernación y sus influencias le valieron para mantenerles informados de todas las incidencias relativas al caso de Fernando Rosales, siempre por vía extraoficial, como es lógico. Fue a él a quien acudió Álvaro para conseguir las visitas al reo de él y de su colega Mario Ayala, ahora desaparecido.


-¿Pero de qué se le acusa? Si no ha hecho nada… si ya estuvieron interrogándole y nos soltaron.


Alicia intentaba pensar en términos de lógica legal, pero el estado físico que tenía tras la operación, sumado a su propia tensión nerviosa, hacía que se le escaparan los pensamientos.
-No lo sé, Alicia. Peñafiel ha podido conseguir un pase para que pueda ir a verle esta tarde, pero no ha sido nada fácil. No sé nada más. Intentaré averiguar más cosas. Estamos buscando un abogado, pero es una situación bastante complicada.


-No puede ser…. A Álvaro no…. - A Alicia le entró ahogo de repente.


Marcela le cogió la cara entre las manos y la miró.


-Alicia, escúchame bien. Ahora lo importante es que te recuperes, ¿me oyes?. Necesitas tener mucho ánimo y ponerte fuerte. Y lo demás ya irá viniendo.


Ahora Alicia lloraba sin poder controlarse. Doña Marcela le apartaba el pelo de la cara con suavidad, mientras le hablaba para tranquilizarla.


-Ahora me voy hacia allá. No sé qué me voy a encontrar, hija, ni siquiera sé si me dejarán entrar a verle. Te vas a tener que quedar sola, hasta que yo vuelva. No pasará nada. Tranquila, mi niña.


Alicia asintió, llorando, aunque no podía evitar la sensación de desvalimiento que sentía al tener que quedarse sola en el hospital, estando en esas condiciones. La tía Gertrudis estaba al cargo de Pedrito, así que no había nadie que pudiera acompañarla


Doña aMrcela la besó en la frente antes de levantarse de la cama.


-Doña Marcela…
Marcela se detuvo en el umbral de la puerta.
-Doña Marcela, si le ve… si le dejan verle… dígale que….. dígale a Álvaro que…
Doña Marcela asintió. No hacían falta más explicaciones.
-Se lo diré.


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El guardia cerró la puerta tras ella. Doña Marcela avanzaba por la galería, impresionada por todo el ambiente que iba viendo mientras caminaba. La humedad se le metía en los huesos, y tenía que avanzar contra el tufo a moho y a angustias que chorreaban las paredes.    


Doña Marcela iba avanzando un pasillo tras otro, tras haber dejado una cesta con cosas para su hijo en la habitación designada para ello, y tras haber sido registrada hasta el último dobladillo de sus ropas como si de un malhechor peligroso se tratase. No podía negar que había quedado profundamente molesta y violentada ante la actitud despectiva de los guardias, que la trataron como si fuese un objeto.


Conforme se iba adentrando más y más en la prisión, Doña Marcela se asustaba al comprobar que sus sentidos se afinaban como por arte de magia, y que llegaba a captar como si tuviera un amplificador, todos los sonidos de almas atormentadas que había dentro de aquellos muros
-Por aquí.
El guardia abrió la puerta del cuchitril desvencijado que había para el encuentro de los presos con sus familiares. Una estancia desnuda, con una mesa y una silla puestas de cara a un grueso muro, en el que se abría una reja por donde se asomaban al otro lado los presos que venían por la otra estancia. Marcela se sentó a esperar pacientemente en la silla. Álvaro apareció al otro lado de la reja al poco rato.


-10 minutos-dijo el guardia con voz de pocos amigos y cara de póker.
Doña Marcela se levantó como un resorte.


-Álvaro….
-Mamá…


Por un breve momento, a Doña Marcela se le cayó el mundo a los pies cuando vio a su hijo en esas condiciones. Aunque Álvaro solo llevaba una semana en la cárcel, ya se le notaba el deterioro físico, probablemente acentuado por el estado de ánimo en que se encontraba tras los últimos acontecimientos. Más delgado, lívido y ojeroso, y a medio afeitar, aparentemente, no tenía signos de violencia en su cuerpo, pero Doña Marcela tuvo que aguantar lágrimas de madre cuando vio cuan cambiado estaba para el poco tiempo que llevaba allí. La visión de su hijo en aquel sitio la impresionó profundamente, aunque hizo un esfuerzo para que no se le notase.


-Hijo…..¿Cómo estás?
Madre e hijo se miraron a través de la reja, conteniéndose las emociones.
-Bien, mamá. Estoy bien.


Él también intentó aparentar tranquilidad para no preocupar a su madre, y su madre intentaba lo mismo para no preocuparle a él.
-Álvaro, escúchame bien…
Quería ir al grano. El tiempo volaba en la cárcel justo cuando era más necesario.
-Álvaro, te he dejado una cesta con ropa de abrigo, una manta, varios jerseys gordos, comida…. ¿pasas frío? ¿Cómo estáis aquí?
La mirada perdida de Álvaro hizo ver a su madre la tontería de su pregunta.


-Hijo, quiero que sepas que estamos haciendo todo lo posible por sacarte de aquí. Estamos buscándote un abogado, ya está Peñafiel moviendo las cosas . Pronto vendrán a verte. Te sacaremos de aquí, no desesperes.


A Doña Marcela ya le habían aleccionado de que el tema era muy delicado, las paredes oían, y no podía decir más que lo necesario.
-Mamá, no va a ser fácil.
Por su condición de abogado, Álvaro no era un preso al que se le pudieran dar falsas esperanzas, pero agradecía las palabras de su madre.
-Sí, lo sabemos, pero hijo, no nos vamos a quedar quietos, quiero que lo sepas. No pierdas el ánimo.- Para Marcela era fundamental levantar la moral a su hijo, a quien veía muy mal.
Adivinando los pensamientos de su madre, Álvaro cambió de tema.
-Mamá, ¿Cómo está Pedrito?
Marcela sonrió.
-Está bien. No le hemos dicho nada todavía. Está con la tía. Ahora hay mucho ajetreo en casa.
-¿Y… vosotras?…. ¿Cómo estáis vosotras?
Álvaro no sabía cómo preguntar directamente por Alicia. Pero el silencio de su madre le escamó. Algo pasaba.
-¿Mamá, está todo bien?


Aunque Marcela dudó un momento, al final decidió contarle a Álvaro la verdad desde el principio, antes de que alguien le contase las cosas de otra manera o se enterase por otra vía.


-Álvaro, escúchame bien. No quiero que te asustes por lo que voy a decirte.
Inevitablemente, Álvaro se puso en guardia.


-Álvaro, Alicia está en el Hospital. La tuvieron que operar ayer. Ha perdido mucha sangre. El doctor ha dicho que tiene suerte de poder contarlo, que si llega a acudir al Hospital un poco más tarde no hubiera dado tiempo.


Súbitamente, Álvaro había dejado hasta de parpadear.


-Álvaro, Alicia estaba embarazada. De muy poco tiempo. No pudo decírtelo, ni siquiera ella estaba segura. Nos enteramos todos ayer, cuando tuvo un desvanecimiento y la llevamos al hospital. La han tenido que operar de emergencia. Tuvo una hemorragia muy grande.


Doña Marcela tragó saliva.


- Ha perdido el bebé que estabais esperando.


Álvaro empezó a notar que se le caía la cárcel encima.
-Álvaro, lo importante es que Alicia está ya fuera de peligro, me oyes?
-Pero….cuando……… de cuanto……..


-De muy pocas semanas, hijo. Ahora está muy débil, y no puede moverse de la cama en un tiempo. Se siente mal y le agobia el hospital, pero está recuperándose. Y te echa de menos, Álvaro, te echa muchísimo de menos. Todo va a salir bien, ¿me oyes? . Ya ha pasado lo peor. ALICIA ESTÁ BIEN. El médico nos dijo que hubiera pasado de cualquier manera, que no hubiera salido adelante el embarazo. Parece que venía mal colocado.


Álvaro se había quedado sin habla. Esto sí que no se lo esperaba. De repente, la habitación le empezó a dar vueltas, y sintió que empezaba a perder la noción del lugar y del tiempo, tanto, que no llegó a oir el vozarrón del guardia cortando la visita y levantando a Marcela de su silla para sacarla de allí.


- Se acabó el tiempo. Señora, vamos.


En cuestión de un momento, todo se volvió precipitación y nervios. Los guardias entraban, ellos se levantaban, los guardias estaban por medio, y ellos intentando terminar de decirse las cosas y prolongar siquiera unos segundos más la visita.


-Mamá…..
-Álvaro,
-Vamos, señora, que no se puede quedar más.
-Espere un momento… mamá…..
-Hijo, todo va a ir bien. Alicia está bien.
- Mamá….dile a Alicia… dile que….
-Vamos, fuera.
-Por favor, espere…


-Álvaro… se lo diré… -contestó Marcela cuando el guardia la sacaba por la puerta a empujones, mientras Álvaro se caía derrumbado en la silla tapándose la cara con la mano.




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Esa noche, en el Hospital, a pesar del somnífero que le habían dado, Alicia no pudo pegar ojo.


Esa noche, en la cárcel, Álvaro no sintió el hambre, ni el frío, ni la humedad, ni los ruidos de las ratas por las galerías. Ni siquiera se acordó del dolor de los golpes que le habían dado al detenerle.



Fín del Capítulo 6.



Continuará…..



Fotos Capítulo 6:
Quirófano: http://www.universia.es/portada/actualidad/noticia_actualidad.jsp?noticia=92058
Cárcel: http://www.avaluche.com/spip.php?article386


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Capítulo 7:




Febrero del 51. Al día siguiente.



Como casi todas las mañanas de ese invierno, el día amaneció gris mientras los presos iban saliendo al patio de la prisión. Formando grupos, con las manos en los bolsillos y los hombros con la resignación encima, ocupaban el patio lentamente, igual que se extiende una mancha de aceite por el suelo, buscando los claros donde les daba el raquítico sol del mes de Febrero. Algunos de ellos se llevaban la mano a la boca para toser y estornudar. Ese año estaba siendo especialmente frío y las enfermedades del invierno y la falta de humanidad estaban a la orden del día. Los guardias les miraban de reojo mientras iban saliendo, de pie, con actitud intimidatoria, como siempre.


DE entre el pelotón de presos, uno de ellos se desmarcó del grupo, solo, y se fue a una de las esquinas, donde se apoyó en el muro. No miraba a ningún sitio, andaba sin rumbo, y tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que no vio llegar a Diego hasta que se colocó a su lado. Diego se llevó la mano al bolsillo y con una sonrisa cómplice, le preguntó:

-¿Un cigarro?
Álvaro rechazó con la mano el ofrecimiento que le hacía su compañero de celda, pero luego se lo pensó mejor.
-Gracias. Hace mucho que no fumaba
-…. pero hoy lo necesitas.

Álvaro se había sentado en el tranco y miraba perdido al suelo. Aspiró una bocanada y echó el humo.
-¿Problemas, verdad?
Álvaro lo miró interrogativamente.
-No has pegado ojo en toda la noche.

Álvaro se había pasado la noche dando vueltas en el jergón, y  Diego había sentido sus preocupaciones desde su litera de abajo.
-Perdona, no te he dejado dormir… lo siento.
Álvaro se tocaba la cara con la otra mano, con movimientos nerviosos, mientras aspiraba bocanadas de humo.
-Es mi mujer…… está mal…… está en el hospital…. En realidad no sé…. ayer me dijo mi madre que……… -Álvaro sacudió la cabeza. -Perdona, te estaré aburriendo con mis problemas.

Álvaro se sentía un poco ridículo por contarle sus penas a alguien que tenía puesta fecha de caducidad a su vida. Como muchos otros presos sentenciados, su compañero de celda había iniciado la cuenta atrás hacia su último viaje, y estaba en espera del cumplimiento de su sentencia. Diego  había sido detenido por dar soporte logístico a un grupo de maquis en la sierra, y tras el juicio de rigor,  tenía los días contados.  De edad media, unos diez años mayor que Álvaro, había pasado siete de ellos encarcelado, viendo pasar los días entre los muros de la prisión.

 -No, no, no,... no me aburro con nada, Álvaro, me gusta escuchar cosas de fuera- Diego hizo una pausa antes de continuar hablando-.  No quiero sentirme muerto antes de estarlo.
-Antonio, no quería decir eso..… lo siento.. yo…

Ahora Álvaro se arrepentía de callar. Diego le sonrió, tranquilizándole.  Hablaba como un hombre  que hubiera vivido ya nueve vidas, como un hombre sabio que ha pasado por todo, despacio, pero sin pausa, dejando saborear las palabras antes de salir. En otra bocanada de humo, miró con los ojos entornados hacia el mismo vacío al  que estaba mirando Álvaro y se sentó a su lado en el suelo.
-La vida  tiene alegrías, pero también penas. Así nos enteramos de que estamos en el mundo- le sonrió.- Siempre que tú me lo quieras contar, claro.
Álvaro se detuvo un momento  antes de soltarlo de golpe.  El también necesitaba desahogarse.

-Mi mujer- sacudía la cabeza, como si aún no se lo terminara de creer-  ha perdido un bebé que venía en camino. Y yo me enteré ayer de todo. Ahora ella está en el Hospital, y está grave, no está bien, creo… dios mío…

Álvaro levantó la mirada del suelo al vacío.
-Lo siento –Diego  tragó saliva.- ¿El primero?
-No, bueno, sí… el primero de ella. Es mi segunda mujer. Yo tengo un hijo de casi diez años. Su madre murió cuando él tenía cinco-. Era la primera vez que Álvaro le hablaba de su familia a su compañero de celda.

Diego  le tocó el hombro, dándole ánimos.
-Pasará. Y vendrán más, no te preocupes.

Los dos hombres estuvieron un rato en silencio mientras terminaban las colillas de sus cigarros.
-La quieres mucho, ¿verdad?
Álvaro asintió en silencio.
-Cuando salgas de aquí será todo distinto, Álvaro, ya verás. Y superareis el bache.
Álvaro le arqueó la ceja.
-¿Problemas recientes?

Diego  había desarrollado el sexto sentido de quien ha visto ya a muchos presos, ha oído muchas historias y ha visto pasar muchas vidas con final prematuro. El sexto sentido de quien sabe cerca el final de la suya, y ha abierto las percepciones hacia cosas por las que un hombre normal ni hubiera considerado.
-Ahora lo ves todo negro, Álvaro, pero saldrás de aquí.

La seguridad de su amigo arrancó una media sonrisa a Álvaro.
-Si no sabes por qué me han encerrado.
-He visto ya a muchos compañeros antes que tú- por desgracia, Diego  llevaba en la cárcel el suficiente  tiempo  como para saber cómo se las gastaba el Régimen con los presos. -Saldrás, aunque no va a ser nada fácil.   TE van a tener un tiempo aquí. Es probable que lo que quieran es darte una advertencia. Puede que te lleven a las galerías de abajo. A vosotros no os tocan, aunque  no sé que es peor,  si que te den un par de hostias, que al fin y al cabo es un momento, o llevarte abajo.


Diego se refería a las celdas donde tenían a los presos incomunicados. De repente dejaban de ver a algún compañero, y al cabo del tiempo aparecía de nuevo, con la mirada mate y los ojos sin vida, tras haber pasado por los calabozos de abajo. Muchos presos temían aquello más que a las mismas palizas que de vez en cuando y sin ningún motivo, les propinaban los guardias..

-¿Ves a aquel?- Diego le cogió por el hombro y le señaló a un compañero que hablaba a lo lejos en otro grupo.
-¿Quién, a Francisco?
Diego  asintió.
-Le tuvieron más de un mes allá abajo. Cuando salió tenía mirada de loco. Muchos llegamos a pensar  que lo estaba de verdad.
Ambos presos se quedaron un rato en silencio, mirando las evoluciones matutinas de Francisco, otro compañero, en la otra esquina del patio. Habían compartido varias mañanas los tres, hablando de cosas varias. Álvaro no sabía muy bien todavía los motivos exactos de la condena de su compañero, que iba ya para tres años, pero ambos presos habían conectado desde el  primer momento de su conversación, al igual que con Diego.

Ahora Álvaro se tocaba la cara nervioso.  Miraba otra vez a ninguna parte, hacia abajo, antes de seguir hablando.
-El día antes de que me detuvieran… yo me había ido de casa. Habíamos discutido. Era la primera noche que discutimos fuerte. Yo… yo me fui de la cama y pasé la noche en el estudio. Ella ya estaba mal, y yo no me di cuenta…

Álvaro hubiera deseado en ese momento dar marcha atrás una semana.
-…. Ojalá  no hubiera dicho lo que dije….
Álvaro respiraba de arriba, sin poder relajar su cuerpo.
-…. Dios mío… por qué habremos discutido…..

Diego  lo escuchaba en silencio. Álvaro era muy reservado con su vida privada, y se estaba confesando con su compañero de celda. Ni siquiera él se lo explicaba.
-ES muy joven,…… todavía le queda mucho por vivir…

Álvaro recordó en voz alta el cambió que experimentó en su vida cuando conoció a Alicia, y se preguntaba a sí mismo si en su diferencia de edad no le había exigido demasiado  a su mujer, a una Alicia que no había vivido los horrores de la guerra ni las miserias de la postguerra, y que pese a sus pocos años,  ya  había tenido que afrontar situaciones lo bastante fuertes como para arrancarle la ilusión de la juventud a fuerza de palos de la vida. Alicia se había tenido que enfrentar sola a muchos problemas, y, aunque era una joven bastante madura para su edad, no dejaba de tener veintipocos años.

-Hace unos días detuvieron a un antiguo novio suyo. Lo fusilaron.
-Lo sé.


Diego conocía de oídas el tema. Se había comentado en la cárcel, entre los presos. Hay noticias que están en el aire. Movimientos extraños entre los guardias, detenciones nuevas.
-Y ella ha estado a punto de ……dios mío, se podía haber muerto, y yo fuera de casa…. aquí, sin poder hacer nada.
A Álvaro se le volvió a venir encima la impotencia  que sintió cuando enfermó de forma inesperada su primera mujer, para,  después morir a los pocos días.
-¿Tú tienes familia?- le preguntó.
Diego  respiró hondo. Asintió sonriendo, al recordarlos.
-Mi mujer…. Y mis dos hijos. Ahora deben de tener  15 y 12 años.  ¡Anda que no nos peleábamos!…. Era todo un carácter- Diego reía sonoramente, mientras le contaba a Álvaro detalles familiares que tanto le gustaba recordar en voz alta, detalles que le hacían volver a sentirse vivo y a tener ilusión por levantarse otro día en la monotonía de la misma celda de todos estos años, y que le habían permitido mantener una llama viva de esperanza en aquel  triste sitio.

Diego  le iba contando como discutían, discusiones en las que la sangre nunca llegaba al río, y que terminaban con la cama y el colchón de por medio, testigos de la  reconciliación de los esposos. Álvaro sonrió por primera vez en toda la conversación, cuando su amigo le iba haciendo partícipe de sus confidencias.
-Mi padre me dijo cuando me casé: nunca dejes la cama de la mujer, hijo. Aunque esté todo negro- dijo Diego con voz pícara-. Y tenía razón, el joío, jajaja….
Álvaro bajó los ojos al acordarse de  su padre, muerto prematuramente unos años antes de su primera boda con Verónica. Él nunca discutió con su primera mujer, en los pocos años que estuvieron juntos.
Diego  y su conversación  le devolvieron  al mundo de los mortales.
-Me gusta hablar de ellos. Nunca hablo porque nadie me saca el tema, pero tú lo estás consiguiendo. Y lo necesitaba. ¡Ay, mi Mari! Y mis niños, que será de ellos cuando yo…. –Diego  detuvo su frase, con un nudo en la garganta. Súbitamente, su tono de voz había cambiado.

-Asistir a la pérdida de alguien de esta forma es muy duro. Lloras por dentro de rabia e impotencia. Nadie se puede quedar impasible ante la injusticia. -Ahora Diego reflexionaba  en voz alta en voz alta al hablar del fusilamiento de Fernando Rosales, y por extensión, de la aplicación de la pena capital a los reos- LA pena de muerte no soluciona nada. Sólo les sirve para dejar vacías las cárceles. Los gobiernos se ponen a la altura de los asesinos cuando aplican la pena de muerte....
Diego tragó saliva al recordar que él mismo se iba a enfrentar dentro de poco al mismo trance. Álvaro le puso una mano en el hombro. Ahora era su compañero el que necesitaba su apoyo.
-Diego, eres un buen hombre.
-Tú también, Álvaro.
Ambos presos se abrazaron como dos camaradas de toda la vida, en los curiosos vínculos emocionales que se crean al compartir  celda de cárcel. A lo lejos, vieron a Francisco que se les acercaba sonriendo. Casi seguro que venía a continuar la conversación que habían dejado pendiente el día anterior, mezcla de todo un poco, toreros, teatro, literatura y sucesos, aderezado con ironía carcelaria para que las mañanas se hiciesen menos frías o menos penosas, según se quiera mirar.
Al poco rato, los guardias llamaban de nuevo a las celdas.


-Hay que jorobarse….
-A jorobarse tocan…..
-Vamos pa’ dentro.
Los tres  hombres se levantaron pesadamente y entraron con el resto de la fila de presos.  La puerta del patio volvía a absorber la mancha de aceite que antes se había expandido, dejando el patio raso.

Otro día más. Otro día menos.


Fín del Capítulo 7.


Continuará…..

Fotos capítulo 7: http://www.nikonistas.com/digital/foro/lofiversion/index.php/t5274.html



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Capítulo 8:

Febrero del 51. Cinco días después.



-¡Álvaro!


-…¡Eduardo!


Abogado y defendido se abrazaron en la sala de visitas de la cárcel, con una mezcla de sorpresa y alegría a la vez por encontrarse en semejante lugar. Amigos de jóvenes y compañeros de promoción, la vida les había llevado a los dos por caminos diferentes. Ambos habían compartido banco de facultad, salidas de estudiantes y cortejos de novias, así como las lógicas bodas y bautizos que vinieron después. Al terminar los estudios, Eduardo se decantó por la vía penal, mientras Álvaro, uno de los mejores alumnos de su promoción, continuó como profesor en una facultad cuyas tarimas se habían quedado desiertas tras la criba que supuso la guerra y todo lo que vino después, y que necesitaba urgentemente cubrir ese vacío de cerebros con los mejores alumnos que salían de las aulas. Los antiguos amigos y compañeros continuaron viéndose al cabo de los años, manteniendo viva la llama de una amistad sólida que permaneció más allá de los bancos y las tarimas de madera. Eduardo todavía recordaba la mirada perdida que tenía su amigo la última vez que lo vio, ahora hacía cuatro años, en el funeral de Verónica, la primera mujer de Álvaro. Traslados laborales y circunstancias personales ajenas a ellos les hicieron perder momentáneamente el contacto hasta que ahora la vida les volvía a cruzar los caminos de nuevo.


-¡Me alegro mucho de volver verte! Aunque me hubiera gustado en otro lugar y en otras circunstancias, lógicamente.

A pesar de que Eduardo no había visto a Álvaro en todos esos años, le dio la impresión de que su cara desmejorada era producto de los últimos días, y no de los lógicos cambios del paso del tiempo


-¿Cómo estás?

-Bien, bien. ¿Y tú?

-Sentémonos.

Ambos hombres tomaron asiento uno enfrente del otro, con el guardia mirándoles suspicazmente desde la puerta, atento su conversación,. Eduardo sacó el portafolios y la pluma de su cartera, y se dispuso a tomar nota. Pero Álvaro fue el que empezó a preguntar sin poder esperar a que su amigo le dijera nada.

-Eduardo…. ¿Y Alicia? ¿Sabes algo de mi mujer?

-Alicia……Alicia es tu mujer, claro… Tu madre me comentó algo cuando vino a verme. Creo que está bien.


Eduardo no conocía a Alicia ni sus circunstancias. Ahora era el abogado e iba directo al grano.

-Álvaro, necesito que me cuentes todo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. ¿Qué ha sido de tu vida? Además de volverte a casar, claro. Sigues en la facultad, ¿no?

-Si, sigo en la Facultad..seguía, bueno… ahora estoy aquí metido… - A Álvaro le parecía estar viviendo una situación irreal, un guiño burlón del destino, que en solo una semana había vuelto del revés toda su vida-. Eduardo por favor, escúchame…

Estaba nervioso. Llevaba una semana sin visitas ni noticias de nadie.

-Eduardo … si me llegara a pasar algo…… mi mujer, mi hijo…

En ese momento Eduardo se dio cuenta de su torpeza, seguramente provocada por la inevitable deformación profesional de quien lleva muchos años asistiendo presos en las cárceles. En este caso tan personal, lo primero era tranquilizar a Álvaro y dejar el tema legal para otro momento. De inmediato, salió el abogado y entró el amigo.

-Claro que sí, perdona…..Álvaro, tu madre vino a verme el otro día. Me encargó que te dijera que ¿Alicia? (¿se llama así, verdad?), estaba mejor. Creo que sigue en el hospital, pero me dijo que todo iba bien. Y no me habló más del tema. Supongo que si no me contó más es buena seña. Y luego, lógicamente, nos pusimos a hablar de tu caso. Me puso en antecedentes de lo que pasó y estuvimos hablando un rato sobre los aspectos legales. Al despedirse me dijo que te transmitiera que están todos bien. Que tu mujer sigue en el Hospital, pero está mejor. Y tu hijo también está bien. Supongo que habrá crecido mucho desde la última vez que lo vi, ¿me equivoco?

Álvaro asintió en silencio. Eduardo hubiera podido jurar que se le humedecieron los ojos al acordarse de Pedrito.

- Álvaro- ahora Eduardo se puso un más serio- quiero que sepas que a ella le han denegado las visitas. A partir de ahora sólo te puedo visitar yo como abogado tuyo. Y es muy posible que no me dejen verte más. Escúchame, Álvaro.

Los dos hombres se aproximaron sobre la mesa con disimulo, y Eduardo bajó imperceptiblemente el tono de su voz.

- No hace falta que te diga lo difícil que es este caso. Pase lo que pase y digan lo que te digan, no te lo creas. Nosotros estaremos fuera, por ti.

Álvaro asintió en silencio a su colega.

Eduardo respiró hondo, como midiendo sus palabras.

-Es un asunto muy delicado. No encontraban abogados que se hicieran cargo de esto. Te iban a adjudicar uno de oficio, hasta que tu madre vino a verme. Y yo accedí a tu defensa.

En realidad, era Eduardo quien se había ofrecido a la familia, al llegar a sus oídos la detención de Álvaro.

Álvaro le devolvió una medio sonrisa. Agradecía las noticias de su familia, aunque fueran con cuentagotas. Eduardo siguió hablando.

-Lo menos malo del asunto es el secretismo con el que se está llevando. En la Facultad no han comentado nada. La versión que hay es que tienes una excedencia para preparar un libro. Y esa es la que han aceptado tanto alumnos como profesores. Sólo el Decano y unos pocos más están al tanto. Cebrián se ha hecho cargo de tus clases.

En efecto, la campaña internacional que habían promovido los tres abogados había sido silenciada por la prensa española. Sólo en ciertos círculos se estaba al tanto de según qué movimientos. Y el no revelar la detención de Álvaro era un intento más de tapar fisuras en el sistema.

-Lo que les puso sobre aviso era que estuvieras fuera de casa, Álvaro….Porque esa noche estabas fuera, ¿verdad?

Álvaro apoyó los codos en la mesa y la frente sobre sus manos. –( Ójala no se hubiese ido nunca de la casa)- volvió a pensar para sí.

Eduardo prosiguió con el tema universitario.

-He oído que ya eres catedrático.

-Si. ………bueno.... ahora no sé ni que soy -suspiró.

A Álvaro le resultaba hasta frívolo hablar de sus circunstancias laborales precisamente en ese momento, pero Eduardo estaba insistiendo, tal vez guiado por alguna intuición profesional. Así que Álvaro le siguió la corriente, intentando, a su vez, distraerse a sí mismo.


-La saqué el curso pasado.

-¿Te presentaste tú solo?

-No. Hubo otro aspirante.

-¿Un tal Merino?

-Sí. Julio Merino. ¿Lo conoces?

-Bueno, de oídas.

El apellido Merino ya era conocido en el ambiente de la abogacía leal al Régimen. Pero en este caso era la siguiente generación, el hijo, el que estaba trepando dentro del sistema, tanto por méritos propios como por estar en el sitio justo en el momento justo, aún a costa de pasar por encima de alguien, daba igual quién y cómo.

-Su mujer es….

-Pilar Vázquez de Prada.

-¿La sobrina del Rector?

-LA misma. -Fue alumna mía en primero. Luego me enteré de que dejó de estudiar para casarse. Tuvo un curso agitado conmigo.

Eduardo le miró pidiendo más.

-No le aprobé mi asignatura. Y forcé su evaluación por un tribunal.

Eduardo estaba empezando a atar cabos.

-Álvaro, Merino está moviendo hilos para hacerse con tu puesto en la Facultad. Tenía la intuición de que aquí había algo más.

Álvaro se quedó sorprendido, asimilando lo que acababa de escuchar. Era evidente que se había juntado el hambre con las ganas de comer. La sombra de las altas influencias era alargada. Eduardo volvió a empuñar su pluma, dispuesto a tomar notas.


-Y ahora empieza a contármelo todo desde el principio.

Fín del Capítulo 8.



Continuará…..



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Capítulo 9.


Los civiles temblorosos
Les ataron por la espalda
Para no ver aquellos ojos
Que mordían, que abrasaban.



EL CURA VERDUGO DE OCAÑA

PRISION DE OCAÑA, 1941. (En la clase de Miguel Hernández)



Prisión de Carabanchel. Marzo de 1951.



-¡Vamos!

El guardia abrió la puerta de la celda dando paso a un cabizbajo Álvaro, que venía de la sala de visitas, de hablar con Eduardo, su abogado.

-Adentro.

Álvaro entró de un empujón. Oyó cerrar la puerta pesadamente tras de sí y dándose la vuelta se quedó un rato mirando hacia el pasillo, hasta que el guardia se hubo ido.

Entonces volvió la cabeza, buscando a su compañero de celda. Diego estaba en su litera de abajo, con la mirada ausente y el petate a su lado. Álvaro se sobrecogió al intuir que había llegado el temido momento, y sintió el impulso de sentarse a su lado, en silencio.

-Hasta aquí hemos llegado, compañero…

Álvaro no se atrevía ni a preguntar, como si el verbalizarlo fuera a precipitar lo que nadie quería que pasara.

-Diego….

-Álvaro… te quiero pedir un último favor.

Su compañero hablaba sin mirar a ninguna parte.

-Lo que quieras- le puso la mano en el hombro.

-Quédate conmigo esta noche, Álvaro. No quiero estar solo. Necesito que alguien me hable y me cuente cosas. Cualquier cosa, lo que se te ocurra… ayúdame a matar el tiempo.

-Eso ni lo dudes.

-(Quien podría pensar ahora en nada…….)- pensó Álvaro.

Diego intentaba no dejar translucir el vértigo en su rostro. Quería entretener su mente en algo distinto. Intentó sonreir.

- Cuéntame cómo va lo tuyo. Vienes de ver a tu abogado, ¿no?

Era la segunda visita de Eduardo. En ese momento, ninguno de ellos sabía que sería la última.

-Pues….en realidad.., no sé muy bien como. Me han dicho que me han cesado en mi trabajo, no puedo recibir visitas de mi familia… y mi mujer…

A Álvaro se le hacía un nudo en la garganta al recordar a Alicia, pero intentaba sonreir para entretener a su amigo.

-Me ha dicho el abogado que está mejor, que ya ha salido del Hospital…. Está en casa ya, aunque dice que muy débil aún… que está en la cama… no sé si…

Álvaro quería aparentar normalidad aunque era difícil en una situación así. A él mismo se le estaban viniendo de golpe las emociones a la garganta, y no era solamente al recordar a Alicia.

-Y tú no sabes si te están diciendo la verdad, o lo dicen para que estés tranquilo- Diego le terminó la frase, volviendo su mirada hacia él.

Álvaro asintió en silencio, mientras Diego seguía.

-¿Sabes? Los de fuera piensan que es mejor no contarnos lo malo que les pasa, y en realidad lo que hacen es preocuparnos más. Ellos piensan que lo hacen con buena intención, pero es todo lo contrario. Es imposible que no nos demos cuenta cuando algo no funciona.

Diego tenía razón. La angustia por saberse engañado era insoportable para los presos. Las mentiras piadosas a veces les dolían más que las mismas verdades, por dolorosas que fueran.

Álvaro tenía dudas sobre si lo suyo eran mentiras piadosas o era la verdad. Y los minutos en la cárcel se hacían eternos cuando las dudas sobre los que quieres te embotan la mente y te ofuscan la razón. Si tu único lazo con el mundo exterior te hace tener dudas, a los presos les supera la angustia y la impotencia por no poder hacer nada.

-No sé ni cómo están apañándoselas. Si tienen suficiente, si les falta algo… no sé nada de ellas..

Eduardo le había dicho a Álvaro que estuviese tranquilo en ese sentido, que él se estaba haciendo cargo, pero Álvaro intuía que algo estaba pasando.

Efectivamente, a Álvaro no le faltaban razones para su desasosiego. Lo que Eduardo no le había dicho era que la policía se había presentado en casa de su madre, y posteriormente en el Hospital, buscando a Alicia. Y que si no llega a ser por la intervención rápida y enérgica del médico y de él mismo, la policía se la hubiera llevado con el camisón del Hospital y los vendajes de la operación hasta la misma Puerta del Sol.

-Esta paciente está aún recuperándose. Si la mueven de aquí no llegará a mañana-dijo el médico.

-No tienen ninguna orden para llevársela. Tienen ya a su marido en la cárcel. ¿Qué tienen que temer de una mujer que no puede ni levantarse de la cama?-les espetó el abogado.

La firmeza y el temple de Eduardo, más curtido en temas legales, amedrentó a la policía. Se fueron sin Alicia, lo que no evitó que a esta se le volviesen a saltar los puntos debido a las sacudidas de los policías. Alicia tuvo que ser otra vez intervenida. Aunque sí era verdad que había salido del hospital. Marcela no quiso hacer más abultada la factura del Hospital, y en cuanto vio que Alicia podía ser cuidada en la casa, pidió el traslado.

Álvaro y Diego continuaron hablando durante toda la noche. Hablaron de mil cosas, de familia, de recuerdos, de la mili, ya pasada, hablaron hasta de poemas y canciones de juventud. Hasta que cerca del amanecer, a Diego se le puso el gesto grave.

-Álvaro, necesito que me hagas un último favor.

-Sabes que sí.

Diego se llevó la mano al bolsillo. Sacó un papel doblado.

-Esta es una carta para mi mujer. Sé que no le va a llegar a ella si la mando desde aquí. Quiero que la lea, Álvaro. Pero no te dejaran sacarla de aquí.

Diego no se atrevía a pedírselo directamente a Álvaro.

-Te prometo que tu mujer leerá esta carta. Aunque me la tenga que aprender de memoria. Y tu familia no estará sola, no te quepa duda.

-Gracias, Álvaro, eso era lo que quería oir. Confío en ti.

Diego se le echó al hombro muy afectado. Ambos hombres estuvieron un rato en silencio, abrazados.

-¿Sabes qué es lo que me gustaría tener por última vez?

-Diego……

-Me gustaría poder verla. Me gustaría poder ver sus ojos. Y mis hijos, ¿sabes?, hace tres años que no los veo… ojalá pudiese verlos antes de irme. A todos ellos. Ojalá pudiese ver a alguien. Cuando pienso que lo último que voy a ver va a ser el guardia apuntándome… Ojalá el cielo esté azul para que yo lo vea mañana…..

Álvaro le iba dejando llevar la batuta en la conversación, por momentos superficial y por momentos profunda. Saltaba de un tema a otro con rapidez pasmosa. El condenado a muerte estaba pasando revista a su vida entera y Álvaro iba siguiendo sus palabras, y se quedaba asombrad al ver cuan relativo era el valor de según qué cosas en según qué momentos. Y mientras Diego pasaba revista a su vida, Álvaro paralelamente pasaba revista a la suya, a todos los últimos acontecimientos vividos, preguntándose interiormente que habría pasado si hubiera hecho o si hubiera dejado de hacer según qué cosas, lamentándose de unas o celebrando otras. Uno en voz alta, y otro con el pensamiento, el amanecer les sorprendió haciendo balance común de toda su vida.

A los dos hombres se les cayó la cárcel encima cuando oyeron acercarse por el pasillo los taconazos de los guardias.

-¡Vamos!

Con dificultad, Diego se levantó de la litera. Las piernas le temblaban. Álvaro le ayudó a sostenerse. Los dos hombres se quedaron mirando un rato a los ojos hasta que se fundieron en un abrazo de despedida.

-Diego, con la cabeza alta…

-Mucha suerte, Álvaro…

Diego se agarraba a la camisa de Álvaro, en un último y desesperado intento por aferrarse a la vida, hasta que los guardias le prendieron por los brazos. En sus últimos momentos, su amigo tenía el pánico reflejado en su cara mientras mantenía su mirada suplicante clavada en Álvaro. No me dejes ir, no dejes que me lleven, parecía decir. No sigais, parad, parecía decir Álvaro,  como si quisiera sostener a su amigo con su mirada, y solo con su mirada levantarlo en volandas y sacarlo de allí, lejos de la barbarie y la sinrazón de alguien que se adjudica la capacidad de decidir sobre las vidas de los demás y llevárselas por delante.

Los guardias le cogieron entre los dos y le sacaron de la celda. La puerta se cerró pesadamente mientras Álvaro se acercó a la puerta, como intentando traspasar los barrotes de la celda, sosteniendo la mirada de su amigo con la suya, hasta que dejó de verle, perdido en el fondo de la galería.







Luego se quedó un rato con los ojos cerrados y la cara entre los barrotes. Y por segunda vez en muchos años, sintió la impotencia y la amargura brotando de sus ojos, mientras bajaba la cabeza y la hundía entre sus hombros.



El día había amanecido claro. El cielo estaba azul.

Fin del Capítulo 9.

Continuará…





Foto capítulo 9:
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Capítulo 10:

Madrid. Prisión de Carabanchel. Marzo de 1951.



-Oiga, ahí está pasando algo.


Francisco advirtió a uno de los guardias de la prisión los movimientos extraños, o más bien la ausencia de ellos, que observó en una de las celdas de aislamiento, de la que él y varios presos más se encargaban de retirar los cubos, trabajo demasiado ingrato para los guardias de la prisión, y de vez en cuando, dejarles y retirarles las bandejas de la comida.
Hacía más de una semana que Diego había sido ejecutado, y desde ese día, habían dejado de ver a Álvaro en sus salidas al patio, como era costumbre. Aunque en principio pensó que podía ser algo momentáneo relacionado con ello, su ausencia en los días siguientes y los comentarios de otros presos de la misma galería no habían hecho sino confirmar sus sospechas: su compañero de patio, su compañero de las tertulias mañaneras con las que los tres hombres espantaban la monotonía del encierro, no estaba allí. Álvaro había sido trasladado.


La experiencia carcelaria de Francisco, que ya iba para tres largos años, aunque al lado de otros compañeros le parecía sumamente corta, y no podía por menos que admirar a los que llevaban desde la guerra sobreviviendo en las inhumanas cárceles franquistas, le decía que Álvaro estaba en las galerías de abajo, al igual que le pasó a él mismo cuando le detuvieron. Y por un momento no supo si el escalofrío que le recorrió la espalda fue producto del frío húmedo de la mañana del recién estrenado mes de Marzo, o bien por los recuerdos que le habían vuelto a la cabeza. Recuerdos que le despertaron toda su solidaridad carcelaria al imaginar por la que estaría pasando su compañero.


Él mismo, hacía tres años, había sufrido en carne y alma propias el rigor de las celdas de aislamiento por las que pasaban algunos reclusos. El Régimen era bastante sútil con según qué presos, y, si bien no aplicaba con ellos la violencia física, si eran especialistas en otro tipo de castigos. Como decía el desaparecido Diego, a un catedrático universitario no le iban a moler a palos, pero no sabía que era peor. El aislamiento dejaba a los hombres con mirada de locos por un tiempo, la cabeza desquiciada y la voluntad aparentemente anulada. Algunos tardaban varios días en volver a hablar al salir de allí. Celdas con un ventanuco estrecho, en el mejor de los casos, la puerta que nunca se abria en todo el encierro, el sol que nunca entraba, y en algunos casos, la luz que nunca apagaban. En esas pésimas condiciones de habitabilidad e higiene, las voluntades más firmes acababan por tambalearse, si antes no habían caído enfermas de gripe o de la tan temida tisis, que ese frío invierno había hecho estragos entre los reclusos.


Y era el segundo día que en esa celda no tocaban la bandeja de comida. Francisco no estaba seguro de quien era el habitante de aquel lugar, pero sospechaba que era su antiguo compañero de patio, o eso le había parecido al escucharle toser y respirar. Y estuvo tentado de decirle algo a través de la puerta, pero desgraciadamente, los guardias no le quitaban el ojo de encima en ningún momento. Francisco solo podía dejar los cubos e irse.


Ante sus requerimientos, el guardia abrió la puerta, farfullando con desgana.


-Malditos rojos de ......


Francisco no pudo evitar volver a sentir otro escalofrío al asomarse con la mirada al interior de la celda que había abierto el guardia. La luz de la bombilla no hizo necesario ningún esfuerzo para que los ojos mirasen dentro de la estancia, y así poder volver a ver con horror, las paredes negras de moho, el ventanuco por donde entraba el agua de lluvia, y el suelo encharcado donde yacía un hombre acurrucado sin moverse. La celda de aislamiento no tenía ningún mobiliario, salvo el cubo que servía de letrina y la bandeja que estaba en el suelo, intacta desde el día anterior. Francisco no había errado con sus presentimientos. El hombre que estaba allí era Álvaro.




-Levanta- el guardia le propinó una patada en la espalda con su bota de clavos, que Francisco sintió como suya propia y que a Álvaro no le produjo la más mínima reacción-. Vamos, tanto cuento que teneis....


Muy despacio, como temiendo la reacción del guardia ante su osadía, Francisco entró en la celda. Se agachó y le cogió de la cabeza, que se le mojaba en el charco del suelo.
-Está ardiendo- musitó al tocarle la frente.


El guardia salió de allí refunfuñando para llamar a un superior, mientras Francisco cogía el vaso de agua de la bandeja y lo acercaba a los labios resecos de Álvaro.


-Vamos, vamos, no te rindas ahora, aguanta.


El agua ni la tocó.


Pronto aparecieron por la celda el jefe y dos guardias más, que le apartaron de un empujón. Se retiró a una esquina, mientras miraba como observaban a Álvaro, sin atreverse a tocarle.


-Rojos de mierda, tener que morirse aquí....


Al poco rato apareció el médico. Le buscó el pulso y le tocó la frente.
-A este hombre hay que llevarlo a la enfermería de inmediato -ante las caras de duda de los guardias, el médico se mostró contundente –. Si pasa otra noche aqui con esta fiebre, no respondo de él.


La alarma del médico hizo reaccionar a los guardias.


-Cógelo- le dijeron a Francisco, que al ver que él solo no podía cargar con el peso en vacío de 180 cm. de hombre., le hicieron llamar a otro preso para ayudarle. Los dos hombres cargaron con Álvaro.


-Venga, para fuera con él.


El médico iba abriendo camino hasta la enfermería de la prisión, mientras Francisco y el otro compañero lo llevaban en volandas, con la cabeza colgando sobre su pecho.


En su fuero interno, Francisco se alegró de ver allí a Álvaro. Aunque la enfermería de Carabanchel no era un hotel de lujo, precisamente, sí estaría en otras condiciones. Allí al menos tendría un colchón seco, mantas de lana y tres comidas calientes al día.


Por indicación del médico, los presos ayudaron a quitarle a Álvaro las ropas húmedas, y a ponerle un pijama seco, mientras el médico preparaba paños fríos para ponérselos en la frente.


-Tiene que volver en sí, debe tomar la medicina y beber líquido- el doctor le daba en la cara, esperando que reaccionase. Francisco le pasó uno de los paños mojados por los labios y los ojos, en un intento humano de quitarle las legañas acumuladas y las costras resecas de la deshidratación. Álvaro reaccionó el agua fresca en la cara y quiso abrir los ojos.


-Bebe, bebe....


El enfermo revivía poco a poco, mientras le ofrecían el agua en al vaso, con la medicina diluida dentro. Cuando se le acabó, busco más agua, con la boca seca y el gesto desesperado.


-Álvaro, -le habló el médico le hablaba con la voz firme, para que le llegara- estás en la enfermería. Aquí te vas a poner bien. Debes de hacer todo lo que te diga.


La voz firme del médico iba haciendo su efecto en el enfermo, que seguía bebiendo agua lentamente, e intentaba abir los ojos.


El médico no perdía tiempo. Por desgracias, había tenido que certificar muchas muertes entre aquellos muros. Hombres que enfermaban de tisis, de gripe, de hambre, de frío, o simplemente, de desesperación. Hombres que se dejaban morir sin más. Y sabía que en circustancias así, lo primero era insuflarle al enfermo las ganas de vida.


Álvaro recordaba, en su delirio, la voz del médico diciéndole lo mismo:

-Vamos, aguanta. Tu familia está fuera esperándote. No vas a ser el primero que salga de aquí.

(Tampoco iba a ser el ultimo en morir en la carcel, por desgracia)- pensaba el médico para sí, mientras intentaba que el enfermo levantara cabeza.

Y Álvaro, enmedio del delirio febril, abría los ojos y miraba al vacío.

-Te esperan fuera, y están esperando que te cures. No los puedes dejar solos. Ahora no.

Y en las pocas fuerzas de las noches con fiebre, a Álvaro se le venían a la cabeza las imágenes difusas de Alicia y de su hijo Pedro, así como de su madre, y se preguntaba que sería de ellos y que estarían haciendo en ese momento.


-Pedro... hijo mío...-y el enfermo deliraba sollozando en voz alta sin que nadie lo oyera, mientras se hincaba de uñas en la almohada.


Álvaro tiritaba mientras recordaba a su hijo, entre pesadillas febriles en las que soñaba que habían muerto, o que venían a llevárselos para no verlos más, como tantas veces le habían dicho los guardias a través de la puerta, en un intento de socavar la moral del preso. Luego caía rendido agotado por el delirio, hasta la mañana siguiente.


Francisco dejó de ver a Álvaro desde el día en que le llevó a la enfermería. Se alegró al ver que la celda no era ocupada de nuevo por él en unos cuantos días, seña inequívoca de que Álvaro seguia allí. Aunque también era seña inequivoca de una recuperaciópn mas larga de los esperado, señal a su vez de una enfermedad más seria. En la cárcel no regalaban los días fuera de las celdas, y en cuanto los presos podían sostenerse en pie, los mandaban de nuevo a ellas.


En efecto. A la semana siguiente, la celda de Álvaro volvió a ser ocupada. Imposible saber por quien, pero Francisco alcanzaba a oir los crujidos de unos muelles metálicos por detrás de la puerta, cuando pasó a retirarle el cubo y a dejarle la bandeja del desayuno.


-Por lo menos no duerme en el suelo- pensó.
No se equivocaba. En la prisión no iban a dejar que el último catedrático de Derecho Romano de la Complutense muriese dentro de sus muros. Álvaro seguía en la celda de aislamiento, aunque en un rasgo de humanidad sin precedentes en las cárceles franquistas, le habian puesto una cama y un colchón. En otro extraordinario rasgo de generosidad, le proporcionaron las mantas que le había llevado Doña Marcela a su hijo, en la única visita que le habían permitido tener. Algo era algo. La bombilla de la celda colgaba seguía colgando sobre él encendida día y noche.


Con las fiebres ya pasadas, Álvaro iba recuperándose todo lo rápidamente que le permitia la carcel. Uno de los días, al recibir su bandeja del desayuno, escuchó que le daban unos golpes furtivos en la puerta.


Intrigado, se aproximó a ella.

-Compañero,............... estamos todos fuera esperándote.

La voz velada de Francisco le daba ánimos desde el otro lado. Éste, había aprovechado un descuido de los guardias para hacer llegar palabras de ánimo al preso. Francisco sabia por experiencia propia cuan importante era el apoyo de los camaradas en momentos así.


Álvaro recibió la bandeja y la taza con el engrudo de gachas frías que le servían como desayuno. Y al lado de ella, vio unos cantos de pan negro y duro, que Francisco, sin duda, burlando la vigilancia de los guardias, había conseguido esconder a la hora de la comida y ponérselos en su bandeja para el día siguiente.


Emocionado al oir la voz de su compañero después de tantos días solo, resbalando la espalda por la puerta, se sentó en el suelo al lado de la comida. Entonces agarró el canto de pan duro, mientras empezó a entrarle una risa nerviosa que le mutó a llanto en un segundo. Y como poseido por una fuerza extraña, que le hacía superar su asco por la bazofia que le servian de comida, y le empujaba a sobrevivir sacándole el máximo jugo a todo, se lo llevó a la boca y empezó roer con fuerza.


Fín del Capítulo 10.

Continuará.........



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